miércoles, 18 de junio de 2008

Mamás y Papás


Un poco más abajo, he colgado un vídeo "Mamás y Papás", que te invito a ver. Es un vídeo que horroriza por lo cruel que puede llegar a ser, y a la vez, tan real y cercano para tantas personas... No sólo las mujeres viven la violencia, también sus hijos e hijas la viven, la sufren y lo peor de todo, pueden llegar a creer que es "normal".

A veces, recuerdo a una familia que conocí hace años. La mujer tenía la cara desfigurada por los golpes y era incapaz de hacerse cargo de su bebé. Su hija de, unos cinco años, lo hacía por ella... sabía cuándo su hermanito había mojado los pañales, cuándo tenía sed, o cuándo debía comer su papilla...

Esta niña había crecido demasiado rápido. Se desenvolvía como una adulta y hablaba con desparpajo. Recuerdo una de las frases que me dijo, con total naturalidad: "No quiero a papá porque quiso matar a mi mamá agarrándola del cuello". Lo había visto todo.

Sólo me pregunto cuánto más habrá visto después de que su mamá regresara con su papá.

martes, 10 de junio de 2008

A través de la ventana


Recuerdo la primera vez que me asomé por esa ventana. Era de noche y la farola del jardín iluminaba el césped. Sentía miedo y emoción a la vez. Era consciente de que mi vida había cambiado radicalmente y me alegraba de que así fuese. Lugo se me había quedado pequeño. Conocía de memoria sus calles, había jugado en todos sus parques y subido a todos los muros a los que alcanzaba.

Sabía que había cosas que echaría de menos: los chicles de bola de la máquina de la tienda donde iba a comprar con los abuelos, los patos y cisnes del parque, mis amigas, la casa de los abuelos, y sobre todo, a los abuelos.

Pero ya tenía cuatro años y era hora de que viniese a Madrid, a vivir con mis padres y mi hermano. Tenía que empezar a ir a la guardería. Se lo había explicado al abuelo cuando me pidió que me quedara con ellos. "Abuelo, me tengo que ir con mis padres y empezar el colegio". El abuelo se había echado a llorar y eso me entristecía. Pero los abuelos vendrían a vernos y nosotros también iríamos en el verano y las navidades.

Pronto me di cuenta de que mis padres, aunque había tenido mucha relación con ellos, eran prácticamente, unos desconocidos. Me sentía desamparada cuando me equivocaba al pulsar el botón del ascensor y aparecía en una planta que no era la de mi casa. Me sentía perdida. Bajaba de nuevo hasta el portal, y subía por las escaleras, contando el número de descansillos que atravesaba "uno, dos...tres" hasta mi casa. Me faltaban las referencias. Fue una etapa dura, en la que intentaba hacerme la fuerte, pero en la que me echaba a llorar, simplemente, porque en la guardería, otra niña no me dejaba la plantilla de madera para dibujar un elefante.

Ahora me siento un poco de esta manera. Soy consciente de que mi vida va a cambiar radicalmente, pase lo que pase...

Mamás y Papás: Una realidad que no debemos olvidar...

Una joya en el corazón de Madrid