sábado, 29 de marzo de 2014

Reflexiones varias

Copio la segunda reflexión que me hacen llegar. Ésta es de un hombre.

Como los grandes planteamientos globales afectan a nuestro propio micro cosmos y a la vida que tenemos establecida. Esa vida en la que nos embarcamos, en sus diferentes facetas (modelo familiar, trabajo, ocio...) y en la que creemos tomar las decisiones que tomamos en base a nuestra personalidad, creencias...

Aristóteles decía que nuestro alma antes de recibir sensaciones era una tabla rasa sobre la que no hay nada escrito. Digamos al nacer. Después en esa tabla se van marcando sensaciones que formarán nuestro conocimiento. Todos los grandes planteamientos globales que nos rodean, políticos, sociológicos, culturales (creo que al fin y al cabo todos son lo mismo) acaban marcando esa tabla que nos condiciona de alguna manera a modo de guías que no sólo limitan los extremos de nuestro caminó sino que nos llevan, arrastran por una senda. Llamemos a esa senda Vida. Ahora bien. ¿Quien escribe en esa tabla? A mi parecer nosotros mismos. La sociedad nos marca, nos guía, nos influye. Si. Pero somos individuos con capacidad de discernir y decidir. Esos planteamientos globales nos marcarán desde que nacemos pero entrados en la edad adulta debemos y podemos desarrollar la suficiente capacidad critica para que los que empuñemos el cincel que grabará nuestra tabla seamos nosotros mismos. Así nos convertimos en ciudadanos activos y dejamos de ser sólo personas.

Bien, pues esto mismo lo aplico a la sociedad patriarcal y a los modelos familiares. He recibido la educación propia de los que nacimos en los setentas, con sus modelos familiares, he vivido la uniformidad de la composición de las familias, lo excepcional de conocer a un hijo o hija de divorciados, la ausencia de la realidad homosexual y los límites de la vida sexual. Pero también los setenteros hemos vivido un cambio radical en estas estructuras, cambios que llegaban de una sinergia entre algunos grupos ciudadanos y determinada casta política, deseosa de destacar por sus decisiones socialmente progresistas. Se ha avanzado mucho. Y más que queda por avanzar, mucho.

Después de estas divagaciones, diré que está en nosotros seguir perpetuando las estructuras patriarcales o favorecer su desplome. Yo hace mucho que opté por lo segundo, y en mi vida y en lo que le transmito a mi hijo ando ahí, inculcándole la heterogeneidad que siento y que creo que le ofrecerá un mayor espectro de posibilidades a la hora de tomar las riendas sobre su propia tabla. De lo que quiera escribir. Y no voy a ir de auténtico. Estoy influenciado, mediatizado y condicionado por los grandes planteamientos globales, como todos y todas. Pero cada día intentó sacudir esos prejuicios sociales (bastante tengo con los míos) para que no determinen mi vida personal.

Y a este punto quería llegar, yo que ansío formar una familia de las de siempre. Ardua tarea para un divorciado con un hijo de ocho años. Pero quiero tener más hijos y convivir con la madre, cosa que nunca he tenido la oportunidad de hacer. Y no me da miedo querer encontrar a esa pareja que quiera tener al lado (yo soy muy de pareja que le vamos a hacer) y que además sienta que es la que quiero que sea la madre de mis hijos. No se sí llegaré a eso en mi vida, pero se que es mi objetivo, y sé a ciencia cierta que no es por los complejos planteamientos globales, sino que responde a un deseo personal. Porque las decisiones las tomo yo en función de mis posibilidades y de mi entorno influyente. Pero los deseos son sólo míos y no tienen corsés ni barreras. Ahora toca convertir los deseos en decisiones. En ello ando.

viernes, 28 de marzo de 2014

Al margen de los roles

A raíz de las anteriores entradas en el blog, algunas personas me han hecho llegar también sus reflexiones, y he creído muy interesante publicarlas también en el blog, tras tener su consentimiento. Aquí va la primera, que es de una mujer.

Es evidente que los roles son sociales y cada género lleva su carga. Si los gays no son aceptados como hombres y pueden ser encarcelados e incluso sufrir pena de muerte es porque su unión desestructura los pilares de la convivencia familiar y esta es básica para mantener, sin cuestionarlos, los sistemas sociales de poder. Quiero decir que para nadie es sencillo asumir la línea de conducta y pensamiento que nos inculcan desde niños y desarrollar al mismo tiempo una rebelión contra ella. Para las mujeres ha sido más fácil porque su situación de sumisión y opresión era, y es, evidente. ¿Cuál es el enemigo del hombre? ¿Contra quién tiene que enfrentarse? Lo tiene peor porque ha de rebelarse contra lo aprendido desde que el hombre se hizo recolector, contra la historia. Puede hacerle la guerra a la desigualdad social o económica porque en ese reparto, injusto, a él le toca la parte menos beneficiada, pero ¿torpedearse a si mismo?
Y si hablamos de la mujer... tampoco ha luchado por hacer un mundo nuevo. Por supuesto que hay que reclamar y exigir la igualdad, pero no para asumir unas leyes sociales basadas en la economía, sea el régimen que sea, y en la familia. Y sin embargo aceptamos el régimen familiar como un axioma irrefutable, con todos los roles que conlleva. Podemos modificar, en función de la necesidad, hábitos como el de limpiar el baño, cambiar los pañales, planchar una camisa o arreglar un enchufe y que cada cual haga lo que más le guste o lo que menos le importe, pero teniendo claro que el contrato está firmado y que cada uno de los miembros de la familia se pertenecen los unos a los otros. Se aceptan rupturas, pero no romper las reglas. Ninguno de los géneros se atreve a romper esas reglas y convivir respetando la libertad del otro, su desarrollo, su evolución, sus nuevas necesidades o ambiciones. No sabemos hacerlo en nuestra vida familiar y lo criticamos en la vida familiar de los otros. Ni siquiera sabemos escuchar cuando los otros son alguien cercano a nosotros. Ni siquiera podemos reflexionar porque las únicas soluciones que encontramos forman parte de la estructura del sistema que tanto nos ahoga. Pensar en ello significa cumplir sus reglas y así es muy difícil hacer la revolución.
No importa el género que tengamos, lo que nos atrapa no es nuestra pareja, es el engranaje social que nos envuelve y nuestra sumisión a él. (Amén de las condiciones económicas, hijos, etc,... pero cuando solventamos esta situación seguimos comportándonos según las normas aprobadas por todos).
Si cada uno de nosotros sacara a la luz todos los deseos y sentimientos que guardamos bajo llave y los pusiéramos en práctica,... no sé qué pasaría, pero el núcleo familiar de esta sociedad tendría los días contados. (O eso espero).

lunes, 24 de marzo de 2014

Un reto aún mayor


Hace unas semanas hablaba del reto que tenemos por delante las mujeres en el necesario cambio de roles.

Sin embargo, para que este cambio se produzca es imprescindible que el hombre asuma la necesidad de modificar también su papel.

Cuando las mujeres nos incorporamos al mundo laboral, comienza a resentirse la estructura familiar tradicional. Los hombres, en mayor o menor medida, se ven obligados a asumir tareas que culturalmente habían sido únicamente “femeninas” dentro de ese contrato entre el conseguidor del alimento y la cuidadora de la familia. Este hecho ya ha sido suficientemente desestabilizador, pero la actual coyuntura económica y social está dejando al descubierto un nuevo panorama.

La falta de empleo está provocando que el hombre pierda su principal función dentro de ese contrato de la familia tradicional. Ya no es el que consigue el dinero y los alimentos. En muchos casos, ningún miembro de la familia puede cumplir ese papel, y en otros casos, es la mujer quien lo hace.

Esto provoca que el hombre se sienta frustrado, y en muchos casos, caiga en la depresión, llegando incluso al suicidio, por no encontrar su lugar ni en la familia ni en la sociedad. De hecho, los casos de suicidio van en aumento, y no sólo por la falta de empleo, sino por las consecuencias de la falta de ingresos, que unido al boom del ladrillo, está provocando que muchas familias se queden literalmente en la calle. Por tanto, los hombres se encuentran sin empleo y sin bienes, sin la propiedad privada que comenzó a dar forma a la estructura familiar tradicional, en la que era necesaria una pareja estable con la que pudiesen tener  la seguridad de que sus hijos eran de su sangre, y así poder transmitirles sus bienes cuando falleciesen. En muchos casos, ya no hay bienes, ni dinero que poder transmitir, aunque la necesidad de saber que el hijo de su pareja ha sido engendrado por él, sigue estando muy arraigado culturalmente.

En definitiva, el hombre actual se encuentra atrapado por el mismo reparto de roles que mantiene atrapada a la mujer. El reparto tradicional de papeles es insostenible para ambos, por lo que es necesario replantearse el modelo y evolucionar hacia otro sistema que se replantee todo, desde si es necesario que cada miembro de la pareja tenga un rol definido, hasta si es necesario vivir en pareja. ¿Seremos capaces de asumir el reto?.

jueves, 13 de marzo de 2014

El reto


 

Desde hace tiempo, vengo observando entre las parejas de amigos y conocidos, con los que comparto características como la edad, -rondando los cuarenta años-, o la situación familiar –parejas heterosexuales con, al menos, un hijo-, e independientemente de si la relación está formalizada legalmente o no, que el modelo de “familia tradicional” que culturalmente está generalizado, es insostenible.

Numerosos autores, como Rafael Manrique (Sexo, erotismo y amor. Complejidad y libertad en la relación amorosa) o Cristopher Ryan y Cacilda Jethá (En el principio era el sexo. Los orígenes de la sexualidad moderna. Cómo nos emparejamos y por qué nos separamos), exponen en sus obras el origen de la relación de la pareja monógama, una relación que arrastramos culturalmente desde hace milenios y que actualmente aún vivimos como la habitual, dejando patente que no es más que un “acuerdo” que tomamos como especie  en un momento determinado de la historia. Resumiendo mucho las teorías que exponen en sus obras, este acuerdo consiste en que el hombre es quien se encarga de buscar el sustento fuera del hogar –la caza, el salario…-, y la mujer se encarga del cuidado de los hijos y hacer las labores cotidianas que mantengan el hogar en condiciones aceptables.

Este “contrato” se ha ido modificando a lo largo de la historia. En la actualidad, en un país como España donde aún continúa fuertemente arraigada la conciencia del nacionalcatolicismo vivida y sufrida durante la dictadura, aún es mayoritaria la idea de que la situación ideal es tender a la familia tradicional compuesta por madre, padre e hijos fruto de esa relación. Sin embargo, la realidad nos está mostrando que aunque mayoritariamente cuestionadas, cada vez es más habitual las formaciones de familias monoparentales, reconstituidas, o formadas por parejas de miembros del mismo sexo.

También comienza a ser habitual que muchas personas decidan vivir solas, evitando formar ningún tipo de vínculo familiar, sin ser estigmatizadas por ello.

¿Qué es lo que está ocurriendo?. Desde mi punto de vista, y teniendo en cuenta las teorías de los autores antes mencionados, el “contrato” establecido tácitamente desde hace milenios, hace aguas porque una de las partes, la mujer, ha decidido romperlo, pese a la fuerte resistencia de la sociedad patriarcal y machista en la que vivimos.

Cuando la mujer se incorpora al mundo laboral, su rol cambia radicalmente, obligando también a que el hombre asuma que es necesario modificar su rol. Es decir, la mujer ya no puede dedicarse 100% al cuidado de los hijos y las labores domésticas porque, sencillamente, no hay tiempo material para todo. Es cierto, y ahí nos encontramos muchas mujeres de mi generación, que han sido muchos siglos de sometimiento y llevamos grabado en el ADN que la responsabilidad familiar y doméstica es nuestra. Por este motivo, aunque la teoría la tengamos clara, muchas mujeres, entre las que me incluyo, soportamos mucha más carga de trabajo que nuestras parejas hombres. Tampoco olvidemos que los hombres llevan grabado en su ADN que su principal objetivo es la búsqueda de sustento fuera del hogar, por este motivo, aunque ellos también “intenten” en algunos casos participar en el cuidado de los hijos y en las tareas domésticas, en muchas ocasiones, esta carga de trabajo no se reparte al 50%.

Estando en este punto, nos sentimos agotadas y desbordadas por la carga de trabajo, sintiéndonos frustradas con nuestra vida y la pareja que elegimos en su día, coincidiendo con la etapa de desenamoramiento que es “normal” fisiológica y químicamente, planteándonos en muchos casos que la relación contractual no nos compensa.

Mientras, nuestras parejas hombres se sienten desconcertados. No entienden nuestra frustración, o rebelión cuando somos capaces de verbalizar lo que nos ocurre. No saben cómo abordar la modificación del contrato, o se resisten a ello.

A esta situación se suma otra circunstancia más práctica y menos ideológica. La organización familiar y doméstica establecida bajo la premisa de la familia tradicional. Nos encontramos con que nos hemos comprado una casa en la que hemos contado con dos sueldos para poder pagar la hipoteca, nos hemos organizado para que uno deje a los niños en el cole y el otro se encargue de recogerlos, hemos repartido las vacaciones para que los niños siempre estén atendidos durante sus descansos escolares… En definitiva, los dos miembros de la pareja somos necesarios para poder mantener el estatus y organización familiar y doméstica. Si a esto sumamos las circunstancias en las que la actual crisis nos está sumiendo, el panorama es desolador.

A todos estos ingredientes debemos sumar la presión social y familiar, que como comentaba antes, aún está muy impregnada de los rancios valores que nos insuflaron durante la dictadura, donde lo habitual era que la mujer fuese sumisa y aguantase todo lo que su marido quisiera hacer con ella. Aún es habitual encontrar a personas de mi edad que valoran como inmorales determinados comportamientos  sexuales o afectivos, principalmente entre las mujeres, sólo porque no son los habituales. Es decir, aún en personas de mi edad, de ambos sexos, hay mucha represión consciente e inconsciente. Cuando son las familias las analizadas, la situación se complica, principalmente porque nuestros progenitores mamaron el nacionalcatolicismo y han vivido parte de su vida bajo su yugo. De este modo, puede ser habitual que sea mal visto por sus padres que una hija decida separarse o divorciarse.

Con este cóctel nos encontramos en la actualidad, que creo que es un momento crucial para que las mujeres tomemos conciencia de nuestras posibilidades, que nos empoderemos, y que iniciemos el cambio a una sociedad completamente distinta en la que la igualdad sea una realidad y no una utopía. En otras palabras, debemos ser capaces de creernos que somos cazadoras-recolectoras al igual que los hombres, que nada nos lo impide, salvo nuestro ADN, la presión social, la organización familiar, y la resistencia del hombre. Todo un reto.

Mamás y Papás: Una realidad que no debemos olvidar...

Una joya en el corazón de Madrid