domingo, 29 de abril de 2018

YO SÍ TE CREO

Tenía 20 años. 
Cada fin de semana, salía con aquel grupo de amigas y amigos, y para no volver sola hasta mi casa, a más de 20 km. de la zona que frecuentábamos, me quedaba a dormir en casa de una mis amigas. 
A veces, nuestros amigos nos acompañaban y nos quedábamos despiertos hasta por la mañana, comentando anécdotas de la noche o simplemente, hablando de nustras vidas. El ambiente era muy relajado y tranquilo. Ellos nos respetaban. 
Una noche, vino con nosotras también un ex novio de una de mis amigas. No me caía bien. Había algo que hacía que no me fiase, y me provocaba rechazo. En las ocasiones en las que había salido con nosotras, siempre había buscado algún momento para intentar intimar conmigo, y yo siempre le había dado un NO por respuesta.
Pero aquella noche, él vino también a la casa de mi amiga, con el resto del grupo. Era estudiante de derecho y nos contó que en un par de días le examinarían de una asignatura de penal.
"- ¿Vosotros qué creéis?, ¿que le echarían más pena a un tío que viola a una tía y luego la mata o que primero la mata y luego la viola?."
Todas las personas de esa habitación nos quedamos mudas, mirándonos unas a otras, desconcertadas.
En ese momento, decidí que ya había escuchado demasiadas tonterías por aquella noche, y teniendo en cuenta que el metro ya habría empezado a funcionar, decidí irme a mi casa. Cogí mi bolso y me despedí de todos. A esa hora quedaban despiertos sólo tres o cuatro de mis amigos, y ese personaje, que ya me estaba resultando totalmente nauseabundo.
Cuando abrí la puerta de la casa, y salía al descansillo, una mano me agarró con fuerza de un brazo, tirando de mí al interior. Era "el personaje".
- Dame un beso, -me dijo-. Dame un beso y dejo que te vayas.
- Déjame en paz, -le dije yo-. Ya te he dicho que no otras veces.
Conseguí soltarme y salir al descansillo, pero él vino detrás. 
Me agarró del cuello. Muy fuerte, e intentó besarme en la boca. Agaché la cabeza e intenté soltar sus manos, con mis manos. Entonces, él con una mano sujetó mis muñecas, y con la otra, me tiró del pelo, para obligarme a agacharme hasta llegar al suelo. Se tiró entonces sobre mí y comenzó a apretar más mi garganta.
No podía creer lo que estaba ocurriendo. Me sentí paralizada por el terror, por la sorpresa, y pensé que si no era capaz de reaccionar y repornerme, probablemente, ocurriría algo que no tendría marcha atrás. Así que pensé "¡reacciona!", mientras él tumbado sobre mí, me sujetaba fuerte el cuello con una mano, y con la otra me tocaba. Había subido mi falda y estaba intentando bajarme las bragas.
Intentaba gritar, pero no podía. Levanté la mirada y vi el timbre de la casa, sólo a unos centímetros por encima de mi cabeza. La única opción que me quedaba, era estirar un brazo y tocarlo. 
Me revolví y conseguí incorporarme lo suficiente para tocar el timbre. Él me cogió la mano, y eso me permitió incorporarme un poco más y volver a tocar el timbre. Me sujetó las manos, pero ya había podido ponerme de rodillas y luchaba por levantarme mientras él me empujaba con fuerza de nuevo hacia el suelo.
Salió al descansillo uno de los chicos del grupo. Era el hermano pequeño de uno de nuestros amigos. Debía tener unos dicesiéis o dicesiete años. Se quedó mirándonos en el umbral de la puerta, sin entender qué estaba pasando. Yo le pedí que me ayudase, pero volvió a entrar en casa, yo creía que para avisar a los demás, pero no volvió a salir. Más tarde, me pidió disculpas, creía que estábamos de broma porque no podía entender que me quisieran obligar a hacer algo que yo no quería. 
Aunque este chico no me ayudó, su aparición consiguió que mi agresor desistiera y me soltase. Salí corriendo y bajé con prisa las escaleras, mientras él me llamaba "puta" a gritos desde el descansillo.
Cuando llegué a casa, no conté nada a mi familia. Me metí en la ducha y me restregué todo el cuerpo hasta que me dolió. Me sentía sucia por los tocamientos. Sentía miedo por el momento de flaqueza cuando había estado tirada en el suelo, con ese cerdo encima de mí.
Un par de horas más tarde, mi amiga, la que había sido novia de ese personaje, me llamó por teléfono para que le explicase qué había pasado.
Parece ser que ese cerdo, después de haberme llamado "puta" a gritos, había entrado en la casa y le había contado a mis amigos lo que había hecho con todo lujo de detalles, jactándose. Mis amigos le echaron de la casa y le dijeron que no querían volver a verle por allí.
Esa noche volví a salir con mi grupo de amigos, para intentar dar normalidad a mi vida, para que lo que había ocurrido no afectase a mi cotidianidad. Ya me sentía bastante mal, como para quedarme en casa pensando en lo que había ocurrido.
Mis amigos hablaron conmigo, me pidieron disculpas por no haber salido al descansillo, ya que ninguno había pensado que podría estar ocurriendo algo así. "El personaje" apareció en el sitio donde estábamos, intentó hablar conmigo, intentó disculparse, pero yo no dejé que se acercase a mí, ni mis amigos tampoco. 
Barajé la opción de denunciar, pero pensé que no había pruebas físicas en mi cuerpo que pudieran demostrar lo que había ocurrido. Pensé en los cuestionamientos que sufriría, en las consecuencias con mis padres, que sin duda alguna, limitarían mis movimientos. Así que en ese caso, lo dejé pasar.
Estos días, tras conocerse la sentencia de La Manada, mi memoria ha desenterrado este incidente, que no fue el único pero sí el primero, en el que sentí miedo por mi vida, y tuve esa sensación que debió sentir esta víctima, de intentar dar a mi vida una normalidad que nunca volvería, porque después de un hecho así, tu vida cambia, y siempre miras hacia atrás en una calle oscura, y te fías de tu instinto de supervivencia para alejarte de las situaciones o de las personas que intuyes te pondrán a riesgo. Pierdes la inocencia. Eres consciente de tus debilidades, y que te sientes sucia cuando te toca alguien que no quieres que te toque. Y que esa suciedad no desaparece con agua. Se queda siempre impregnada en tu cuerpo.
Por todo esto, YO SÍ TE CREO.

Mamás y Papás: Una realidad que no debemos olvidar...

Una joya en el corazón de Madrid