viernes, 12 de septiembre de 2025

CERTEZAS

El ser humano quiere certezas. Necesita la seguridad de que las cosas no van a cambiar, a no ser que él o ella quiera cambiarlas. Queremos que los demás se comporten como esperamos, que nos guarden fidelidad, que nos prioricen, que nos satisfagan... Dejamos que el ego tome el poder, y no nos damos cuenta de que los demás esperan lo mismo de nosotros, aunque no lo hayamos hablado ni pactado.

Entonces, nos encontramos ante una lucha de egos, en la que ninguno gana. Todos pierden porque no son conscientes de que todos tenemos libre albedrío. Todos somos dueños de nuestras decisiones. Nadie tiene el poder sobre los demás, sino sobre él mismo. Los demás deben seguir su propio camino. En ocasiones, irán paralelos al nuestro. Otras veces, tomarán una bifurcación y se alejarán de nosotros. Quizás, en algún momento, nuestros caminos vuelvan a cruzarse, o no...

La cuestión es ser consciente de que nunca hay una verdad absoluta, ni nada es para siempre, y las certezas son una ilusión de nuestra mente, que acaban cayendo como un castillo de naipes, y que hay personas, que a las que cuánto más les pides certezas, más rápido se alejan por la bifurcación que les lleve a caminos donde puedan sentirse libres, y que no hay nada más perfecto que dos personas que deciden acompañarse sin ataduras, sin obligaciones, ni certezas. Sabiendo que si sus caminos se mantienen paralelos sólo es porque los dos han decidido eso libremente, por separado, y en ese momento presente, hasta que la vida los separe.

MI VIAJE. DÍA 4


Apuro las horas en Viveiro. Esta mañana he ido al cementerio. Está en una de las colinas que rodean la ciudad. He subido hasta allí, a pesar de que la hernia estaba sujetando alguno de los nervios de mi pierna izquierda. 

El sol caía a plomo. Al llegar allí, he ido directa al lugar donde se encuentra mi abuelo enterrado, pero no he encontrado su lápida. Ya me habían advertido que esto podía ocurrir. 

He recorrido una y otra vez las hileras de tumbas. A veces, las telarañas que se habían formado entre las cruces de las lápidas, se enganchaban en mi pelo, pero yo continuaba discurriendo entre esos caminos destartalados, con losetas sueltas, que amenazaban con desfondarse.

Estaba sola entre esas tumbas, que he recorrido una y otra vez. Sin éxito. He llamado a mi tía para asegurarme que la memoria no me fallaba. Una vez que he comprobado que, en efecto, no me fallaba, he buscado por el cementerio una puerta donde preguntar.

"La puerta está al fondo", me dijo mi tía, y me he aventurado hasta el final del cementerio, rodeada de campanillas invisibles que sólo se escuchaban, pero no se veían. No he sentido miedo. Sé que los muertos nunca se quedan en los cementerios. Sólo sus huesos. He golpeado la puerta, pero nadie ha contestado.

He visto a una mujer a lo lejos, que barría las hojas junto a una tumba. Me he acercado y le he preguntado por la tumba de mi abuelo. Me ha dicho que no sabía nada y que tenía que preguntar en el ayuntamiento.

He bajado la montaña con brío, y acortado el trayecto, callejeando, para llegar a la casa consistorial antes de que cerrasen. He llegado tarde, ya no daban información, pero he salido de allí con un contacto para preguntar el lunes, y la seguridad de que puedo solicitar información a través de la sede electrónica. Se avecinan luchas por la justicia hereditaria, una batalla que mi madre comenzó, antes de fallecer, y que yo me siento en la obligación de continuar.

Hay momentos en los que es necesario hacerse cargo de las decisiones tomadas por antepasados, para remendarlas y hacer que las cosas regresen al cauce del orden natural. No será fácil, pero hay que hacerlo.

Por la tarde, he recorrido el paseo sobre los acantilados. He bajado hasta la playa, que he recorrido descalza, con las olas bañando mis pies. Para finalizar, he ido hasta el final del espigón, y he regresado a casa, a través del parque de eucaliptos, cuando ya caía la noche. 

Ahora ya recogiendo las cosas para volver mañana a Madrid... Acaban de llamar al portero. No he contestado. Me he limitado a cerrar la puerta con llave. El cerrojo de seguridad también está echado. Espero que alguien se haya equivocado al llamar. Es demasiado pronto como para que alguien esté interesado en saber quién ha comenzado a hacer preguntas...

jueves, 11 de septiembre de 2025

MI VIAJE. DÍA 3.

Hoy he vuelto a los orígenes. He ido a Lugo, la ciudad donde nací y viví hasta los cinco años de edad, que mis padres me trasladaron a Madrid. Hasta entonces, estuve un tiempo viviendo sola con mis abuelos.

He llegado a la Rúa de San Roque, que es la calle donde estaba la casa de mis abuelos, pero he tenido que aparcar lejos porque no había posibilidad de hacerlo allí mismo. Así que he vuelto andando, recorriendo esa calle que corría de arriba a abajo, unas cuantas veces, para quemar energía y poder dormir. He visto la cafetería París, donde iba a veces con mi abuelo. En el lugar donde estuvo la casa, han ensanchado la acera y construido un bloque de pisos.

He pasado por delante, observando, intentando situar donde había estado el salón, el comedor, la cocina, las habitaciones en el primer piso...y me pregunto si esos espacios siguen existiendo en alguna realidad paralela, dentro de ese bloque de viviendas. Si todavía resuenan mis risas cuando le gastaba alguna broma a la abuela; o mis canciones, cuando imitaba a los artistas de la televisión, subida en el recogedor, para utilizar el palo como micrófono, y con unos pantalones de pijama en la cabeza, a modo de cabellera larga; o los gritos de mi abuelo, cuando me caí con la taza llena de chocolate caliente por encima, tras sentarme sobre la torre de cubos que había colocado sobre la silla, para estar más alta.

He continuado calle arriba. Los comercios han cambiado. Lo que no lo ha hecho es el muro frente a la residencia de mayores. Ese muro en el que, invariablemente, me subía cada vez que pasaba al lado, recorriéndolo desde las alturas.

"Abuela, ¿dónde vamos hoy?", preguntaba. Ella me lo decía, la cogía de la mano y echábamos a andar. Hubo una época en la que ella casi no veía, esperando a que la operasen de cataratas, y yo era su lazarillo. Me conocía toda la ciudad.

He entrado por la puerta de la muralla de San Roque. Ha sido como volver a ser una niña de cuatro años. He llegado a la plaza del Ayuntamiento. He hecho una foto al palco de los músicos. Me encantaba bailar cuando tocaban. He continuado hasta la catedral, y subido a la muralla. La de veces que he rodeado el cogollo de Lugo desde las alturas...

Luego he ido al Parque de Rosalía de Castro. He hecho fotos a cada uno de sus sitios emblemáticos, y me he quedado un rato observando a los patos del estanque. Parecía que fue ayer la última vez que estuve allí con la abuela. "Veña, neniña", me parece estar escuchándola, y yo salía corriendo detrás de las palomas para que echasen a volar.

He vuelto dentro de la muralla, y he seguido recorriendo sus callejuelas hasta salir a la Praza de Abastos. He recordado cuando iba allí con la abuela, muy temprano. Hacía frío y sentía mucha pena por los conejitos, pollitos y gallinas vivas que vendían allí. Me los habría llevado a todos a casa.

He pasado por delante de la Diputación Provincial y salido por otra de las puertas de la muralla. He recorrido la ronda hasta llegar a la estación de autobuses. El lugar de encuentro con mi abuela, cuando viajaba sola desde Madrid, o donde iba a recoger a mis amigas que venían a pasar unos días conmigo en Viveiro. Allí he comido algo rápido y he seguido caminando por la Avenida Ramón Ferreiro hasta la Rúa Mariña Española y de nuevo en San Roque, y es que el entorno ha cambiado, pero permitiendo que mi cuerpo caminase libremente, parecía que tenía calculada la distancia de cada calle para llegar a casa. Ha sido como trasladarme en el tiempo.

Después, he estado con los tíos y el primo durante un rato, y luego he vuelto a Viveiro.  Una vez más, los 100 km que separan ambas ciudades me han resultado muy cortos con mi nuevo compañero de viaje, que me trae y me lleva sin rechistar, por el momento.

MI VIAJE. DÍA 2


Hoy ha sido un día de gestiones varias, dentro y fuera de casa, pero también un día de recorrer caminos que me han llevado al pasado.

Hoy he recorrido el paseo fluvial junto al río Landro, que es el que desemboca en la ría de Viveiro. El camino comienza en As Aceñas, que es el lugar donde pasábamos temporadas estivales, en casa de uno de los hermanos de mi abuela. Una casa de dos plantas, tan cerca del agua, que en septiembre, el mar solía inundarla. Ahora se encuentra cerrada y abandonada, sin posibilidad de rehabilitarla porque la ley de costas lo impide. Una casa en la que guardo muchos recuerdos, como cuando mi hermano y yo, siendo niños, vimos una botella con un mensaje dentro flotando en el agua. Tenían un perro pastor alemán cruzado con lobo, Lucero. Era un perro enorme que nos acompañaba a todas partes, y que cada tarde, se daba un baño en el mar. Después de cenar, paseábamos a Lucero junto al hermano de mi abuela. En aquella época, los perros paseaban sueltos, y más en esa zona, donde sólo había cuatro casas. Nos aventurábamos a oscuras, atravesando la marisma con la única precaución de no pisar donde brillaba, porque había agua o arenas movedizas.

Ahora puedes atravesar la zona con pasarelas de madera. Un recorrido de unas dos horas que he disfrutado prácticamente sin cruzarme con gente, en silencio, escuchando sólo el viento entre los árboles, el discurrir del río y el graznido de algún ave.

Después de la cena, he ido a andar por el paseo marítimo. Una vez más, me he cruzado con muy pocas personas. Es lo bueno que tiene viajar en estas fechas. El tiempo todavía es cálido, y disfrutas sola del paisaje. He entrado en la playa. El ruido de las olas retumbaba y la luna, casi llena, presidía el cielo. He recorrido toda la playa y he bordeado la ría, recordando el camino que he hecho tantas veces con mi abuela y con mi madre, y es extraño, pero aunque estaba sola, tenía la sensación de que estaban conmigo.

martes, 9 de septiembre de 2025

CARAMBOLAS

A veces pienso, e incluso, lo he escrito en el blog, que como todas las demás personas, llego a la vida de los otros para revolucionarlas, para darles el "empujón" que necesitaban para que cambien algo, o directamente, cambien de vida.

Y hoy, en mi viaje, venía pensando en esas cosas. Casi seis horas conduciendo, dan para mucha reflexión. Por cierto, vuelvo a reivindicar el invento para grabar pensamientos mientras viajamos.

La cuestión es que yo pensaba. "Sí, sí, está muy bien que yo dé "empujones", revoluciono de alguna manera la vida de ciertas personas con las que me encuentro, pero...¿quién me da a mí ese "empujón" que a veces yo necesito?."

Y mientras pensaba en lo injusto que es que yo tenga que seguir caminando sin ayuda, me di cuenta de que los demás también me dan "empujones", aunque no me dé cuenta en un primer momento. Es más, algunas veces, esos "empujones" son consecuencia de cosas que he hecho. Son como las carambolas del billar. Deslizo el taco entre los dedos, le doy a una bola que sale disparada al grupo más numeroso de bolas, las golpea, dispersa y siempre alguna entra en el agujero.

A veces, sé a qué bola es mejor apuntar, y otras veces, lo hago sin pensar, pero el resultado es el mismo. Y ese pensamiento, me llevó a otro. Uno sobre un ángel y un diablo, tirando cada uno de un lado de la cuerda. En ese caso, mi carambola ayudó al diablo. No lo hice a propósito, al menos conscientemente, pero la causa-efecto fue infalible. El diablo se quedó con la cuerda y el ángel perdió la partida. La cuestión es que recibí un buen "empujón" que me está ayudando a replantearme las cosas. Así que, como dicen los GPS, "redirigiendo..."

MI VIAJE. DÍA 1


Ya lo dije en otra entrada hace unos días, y hoy lo repito. Estoy enamorada. Mi nuevo coche es el único que sigue mi ritmo. No defrauda. Hoy hemos hecho nuestro primer viaje largo juntos (607 km), incluyendo puertos de montaña, que ha subido con mucha alegría y ha bajado restaurando batería. No lo he cargado por el camino. Hemos venido "del tirón", sin parar. La verdad es que ni me he enterado del viaje. He venido escuchando música, y hemos tardado menos de lo esperado, a pesar de que la carretera de A Coruña está en obras, plagada de desvíos, y que he encontrado tres atascos saliendo de Madrid.

En uno de estos desvíos por la antigua A-6, he pasado junto al mesón La ruta gallega. Era el lugar de parada obligatoria de toda la familia. Tanto mis padres como mis abuelos descansaban un rato allí, comiendo bocadillos de jamón serrano. Parecía que estaba cerrado y abandonado. Desde que se construyó la nueva autovía, su éxito decayó. Era el lugar de transición entre la llanura castellana y el macizo galaico. Cuando veníamos, nos mentalizábamos para las curvas. Cuando regresábamos a Madrid, celebrábamos haberlas superado. 

Aquellos viajes eternos, con carretera de doble sentido la mayor parte del viaje...duraban prácticamente todo el día. A mí no me importaba. Me gustaba, y cuando llegábamos a Madrid, empezaba a contar los días que quedaban para el verano siguiente.

Me gustaba ir viendo el paisaje. El mismo paisaje que he visto hoy de nuevo. Aquel grupo de árboles en el lado derecho, esa iglesia de la que sólo queda la estructura, ese puente... Parece que el tiempo no haya pasado. Es como volver a la infancia. 

A veces, en aquellos viajes, imaginaba un volante entre mis manos, y las movía como si yo fuera conduciendo. Otras veces, le sujetaba la bolsa a mi hermano para que vomitase, porque solía marearse al llegar a Galicia. A pesar de eso, a mí me encantaba atravesar esa frontera invisible y tan obvia al mismo tiempo. El paisaje es radicalmente distinto.

Pasamos de la llanura árida a las montañas verdes, y más allá, el mar Atlántico esperándonos. Los primeros años, nos quedábamos en Lugo, y desde allí hacíamos escapadas a Viveiro. Entrada mi adolescencia, mi abuela se trasladó a vivir a Viveiro, y entonces el viaje terminaba en el mar.

Al llegar, mis padres se quedaban en casa organizando las cosas, y mi hermano y yo nos íbamos a la playa. Era lo bueno de ser niños. Nuestras responsabilidades en tareas organizativas familiares eran mínimas. Hoy, prácticamente he hecho lo mismo que entonces, aprovechando que he venido sola.

He llegado a casa. He dejado la maleta en medio de la habitación. He bajado al supermercado a comprar algo de comida que pudiera preparar rápido. He comido. Me he puesto el bikini y he salido directa a la playa.

Sentir la arena fina, blanca y plateada de la playa de Covas, bajo mis pies descalzos, no tiene precio. He recorrido la playa un par de veces y me he sentado a observar y escuchar las olas. Había muy pocas personas en esa playa enorme. La marea estaba casi en pleamar. En septiembre, las mareas suben más y el agua prácticamente llegaba a las dunas.

De repente, una neblina ha ido llegando a la playa, desde el mar, y ha comenzado a caer una lluvia fina, que no molesta, que cae acariciando. Yo me he quedado sentada en la arena. Con las olas acariciando mis pies, y la lluvia empapando mi pelo. No me he movido. No tenía que preocuparme de si los niños se mojarían, de si se haría tarde, de que no tenía nada preparado para la cena, o que la maleta estaba todavía abierta en medio de la habitación.

Sólo tenía que preocuparme de mí, y yo estaba feliz. 

Cuando la lluvia ha cesado, he vuelto a casa despacio. Me he dado una ducha. Me he puesto un vestido y una cazadora vaquera y he vuelto a salir. Esta vez, he cruzado el puente hacia el centro. He atravesado la puerta de Carlos V, he entrado en la plaza y he recorrido las calles, bordeando el casco antiguo. Las mismas tiendas. Otras nuevas. Algunos restaurantes cambiados...las iglesias...nunca deja de sorprenderme encontrar esas iglesias espectaculares, concentradas en tan pocos metros cuadrados.

Viveiro siempre tiene ese encanto. Los años pasan, pero hay cosas que nunca cambian. Tantos recuerdos, tanta diversión, nostalgia, tristeza...Siempre tengo la impresión de que hay partes de mí que se quedaron en esas calles, y cuando vuelvo a recorrerlas, voy recogiendo esos pedazos e incorporándolos de nuevo a mí, para que estén conmigo mientras esté aquí, y cuando vuelva a irme, regresen a esos lugares de donde pertenecen.

sábado, 6 de septiembre de 2025

CAMINANDO

Sigo trabajando en mí. Desde hace unos meses, estoy ocupándome de una tarea pendiente que siempre había dejado para más adelante, como cuando tenía que estudiar y en vez de eso, organizaba los cajones de mis armarios. 

Nunca encontraba el momento. Me dejaba llevar, hasta que las circunstancias me han obligado a detenerme y a mirarme. Bucear en mi interior y analizarme, como he hecho tantas veces con otras personas, con mis tareas laborales, con mis hobbies, con mis retos...siempre mirando fuera, buscando la optimización de las cosas, hasta conseguir su perfección de manera obsesiva. La vida era un reto constante, pero siempre fuera...yo era únicamente la persona que conseguía los retos. Nada más.

Sin embargo, la vida me ha ido llevando, por diversas circunstancias, hasta un callejón sin salida. Me ha dicho "No hay más excusas. Ahora te toca a ti". Y en esas estoy. Desde hace meses. En este tiempo, he descubierto cosas muy interesantes de mí misma. He entendido los motivos de mi toma de decisiones en el pasado, ni mejores ni peores, erróneas o no, porque ahí radica una de las conclusiones. Tomamos las decisiones que somos capaces de tomar en cada momento. Lo importante es ir evolucionando para ser capaz de tomar otro tipo de decisiones, que nos traigan paz, calma, que nos coloquen donde queremos estar porque ya estamos listos para estar en ese lugar, que antes ni siquiera imaginábamos podía existir.

Desde hace un tiempo, no busco la validación de los demás, he aprendido a decir no sin sentirme culpable, prefiero la soledad a la compañía vacía, huyo de los discursos destructivos, ignoro los intentos de otras personas por llegar a un enfrentamiento, veo soluciones donde otros ven problemas, dejo que las cosas fluyan, hablo abiertamente de mis emociones y sentimientos, sin miedo al rechazo porque he entendido que sólo las personas que son capaces de entenderme, son las únicas que pueden formar parte de mi vida. Ser yo, sin intentar adaptarme a todos los demás, es el mejor filtro para que las personas que no son compatibles con mi forma de ver la vida, se mantengan al margen. Por supuesto, sigo siendo flexible y empática, incluso más que antes, porque respeto a los demás de la misma manera que quiero que me respeten, pero tengo claro quién encaja y quién no para acompañarme en este viaje, que es la vida.

Analizar mis heridas, entender su origen y cómo curarlas. Identificar mis miedos e inseguridades y entender que sólo me pertenecen a mí, no colocarlas en los demás. Ellos son sólo el espejo de lo que hay en mi interior. 

He entendido que lo importante es lo que yo sienta, independientemente de que haya reciprocidad por parte de los demás. Si la hay, perfecto. Si no la hay, explorar mis sentimientos y emociones, aprender y dejar ir. Soltar. 

Estoy muy agradecida a las personas que me están acompañando. Están haciendo el mismo camino que yo, siendo más o menos conscientes, a su ritmo, pero van evolucionando. Espero poder seguir ayudándote, al igual que tú me ayudas.



domingo, 31 de agosto de 2025

LO QUE NOS MUEVE

Hoy es mi último día sola antes de que los niños vuelvan de las vacaciones con su padre. He estado un mes sola, en el que he podido ocuparme sólo de mí, de mi trabajo, mis proyectos creativos, mi nuevo coche...

Apuro las últimas horas, ya cocinando para toda la semana, poniendo lavadoras, leyendo y escribiendo a ratos. 

He empezado a leer "El túnel", de Ernesto Sábato, una recomendación que me ha hecho una persona con la que comparto gustos literarios. Por el momento, me está gustando. Me recuerda, al menos el principio, al cuento que escribí hace muchos años, "El perverso polimorfo".

También estoy leyendo publicaciones "random", y he pensado pegar una de ellas aquí.  La atribuyen a Mahatma Gandhi, no sé si es cierto porque no suelo dar por supuesto todo lo que se cuelga en las redes. 

La cuestión es que en ese texto se condensa parte de la forma que tengo de ver las cosas. Incluso tiene que ver con la frase de Martin Luther King que escribí en la cabecera del blog. "Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía plantaría un árbol", y es que quizás soy demasiado ingenua, pero no puedo ser de otra manera. Mientras hay vida, hay esperanza. Incluso, sin vida, no sabemos qué hay más allá. 

Copio a continuación el texto atribuido a Mahatma Gandhi.

“Voy a seguir creyendo, aún cuando la gente pierda la esperanza. Voy a seguir dando amor, aunque otros siembren odio. Voy a seguir construyendo, aún cuando otros destruyan. 

Voy a seguir hablando de paz, aún en medio de una guerra. Voy a seguir iluminando, aún en medio de la oscuridad.

Y seguiré sembrando, aunque otros pisen la cosecha. Y seguiré gritando, aún cuando otros callen. Y dibujaré sonrisas, en rostros con lágrimas. Y transmitiré alivio, cuando vea dolor. Y regalaré motivos de alegría donde solo haya tristezas. Invitaré a caminar al que decidió quedarse. Y levantaré los brazos, a los que se han rendido.

Porque en medio de la desolación, habrá un niño que nos mirará, esperanzado, esperando algo de nosotros. Y aún en medio de una tormenta, por algún lado saldrá el sol. Y en medio del desierto crecerá una planta. Siempre habrá un pájaro que nos cante, un niño que nos sonría y una mariposa que nos brinde su belleza”.

(Mahatma Gandhi)

Mamás y Papás: Una realidad que no debemos olvidar...

Una joya en el corazón de Madrid