domingo, 23 de junio de 2024

Las cosas pasan cuando tienen que pasar

Aquella tarde, me había quedado más tiempo trabajando, aprovechando que la niña estaba en el viaje de fin de curso y el niño estaba con su padre. 

Salía del trabajo sobre las seis de la tarde, con la mochila y un libro en la mano, que una compañera me había dejado para leer durante el verano. Tenía que ir al cementerio, que está cerca de mi trabajo, a pagar la anualidad por el nicho en el que descansan los restos de mi abuela y mi madre. 

En el edificio, no se escuchaba nada. A esa hora, sólo quedábamos en él las compañeras que realizan la limpieza y yo. Empujé la puerta para salir, y mientras salía, buscaba el móvil en la mochila. La puerta se cerró detrás de mí en el mismo momento en el que me di cuenta de que no tenía el móvil. Se había quedado dentro de mi despacho.

Decidida, golpee la puerta, esperando a que las compañeras me escucharan. Estuve golpeando la puerta durante unos diez minutos. La pared de cristal me permitía ver el interior del edificio. No había nadie en esa planta. Ellas debían estar en las plantas de arriba. Era posible que no bajaran a esa planta hasta que no terminasen su jornada. Una vez, me habían dicho que solían terminar sobre las ocho menos cuarto. Miré la hora. Las 18.15. Volví a golpear la puerta y el cristal, durante otros cinco minutos. La gente que paseaba junto al centro, me miraba sorprendida, pero nadie me decía nada.

Pensé en la posibilidad de irme a casa sin el móvil, pero no me gustaba la idea de que la niña estuviese de viaje y yo sin que pudieran localizarme si pasaba algo. Por otro lado, tenía que ir al cementerio, pero no sabía a qué hora cerraban. Quizás lo mejor sería ir al cementerio mañana u otro día. 

Esa idea me tranquilizó. Pensé que, al fin y al cabo, no tenía prisa por volver a casa, y al final, lo que me preocupaba era no tener el móvil por si alguien tenía que contactar conmigo. Por otro lado, no tenía ninguna manera de avisar a las compañeras que estaban dentro. No tenía sus números de teléfono ni tampoco manera de llamarlas. Vi que había un teléfono de la empresa de alarma, y pensé que una opción podría ser pedir a alguien que pasara por allí, que llamase a la empresa y a su vez, a las personas que estaban dentro, pero imaginé que la empresa llamaría a la policía, algo que no ayudaría mucho.

Finalmente, llegué a la conclusión, después de otros cinco minutos golpeando la puerta, que en el peor de los casos, a las 19.45, cuando finalizasen su trabajo, ellas tendrían que abrir la puerta. No había otra salida en el centro. 

Las 18.35. Me sorprendía lo rápido que pasaba el tiempo, en esa situación irreal. Me sentí como un personaje de los libros de Murakami, entrando en un mundo irracional donde el tiempo tenía su propio ritmo. Me sentí un poco anestesiada, como si mi cerebro estuviese intentando amortiguar el malestar que sentía por estar en esa extraña situación.

Volví a golpear el cristal durante cinco minutos más. Dentro, todo seguía vacío. Ellas no podían escucharme. La única opción era esperar a que ellas salieran. Pero, ¿qué podría hacer hasta entonces?. Sentí el peso del libro que llevaba en la mano. Hacía mucho tiempo que no leía un libro. Mi vida tiene un ritmo tan vertiginoso, que es imposible tener un rato para leer. Quizás ahora es el momento. Tenía que verme atrapada en esta situación absurda para empezar a leer.

Las cosas pasan cuando tienen que pasar, pensé. Y abrí el libro. Hablaba sobre una mujer que acababa de perder a su padre. Hablaba sobre el dolor de la pérdida y sobre la historia familiar, remontándose a la niñez de su abuela.

Las 19.20. Golpeé de nuevo la puerta, durante algunos minutos. Miré dentro, haciendo sombra con una mano, para que el sol no me deslumbrase. Nada se movía en el interior. Volví al libro. Hablaba sobre la niñez de su abuela, en medio de la guerra civil. Mientras me sumergía en esa historia, pensaba en la historia de mis abuelas, y en el móvil sobre la mesa de mi despacho.

Las 19.45. Levanté la vista y vi que una de mis compañeras salía del ascensor. La hice gestos a través del cristal, y se acercó rápido a la puerta, para abrirme. Le expliqué lo que había ocurrido y se sorprendió de no haberme escuchado. Pronto bajó la otra compañera, igualmente sorprendida. Me dieron sus números de teléfono en un papel por si volvía a ocurrir algo así.

Las cosas pasan cuando tienen que pasar. Y lo que pasó es que vi en el móvil que el cementerio cerraba a las 19.00 y que podría ir al día siguiente a pagar el nicho.

Salí antes del trabajo, no sin asegurarme que llevaba el móvil conmigo, y fui directa al cementerio. Cuando entré en las oficinas, todo estaba oscuro. Dos puertas estaban entreabiertas. Me acerqué a la que tenía el letrero "Oficina" sobre el quicio. Un hombre estaba sentado ante un ordenador, a oscuras. Me dijo que pasara, al ver que me asomaba a la puerta. Le expliqué que iba a pagar la anualidad, y me pidió que me sentara. Intentó ser amable conmigo, mientas me imprimía la factura. Le sonreí y di las gracias mientras me acordaba de todas las cosas que sabía de esa empresa, por mi trabajo. Afortunadamente, él no sabía quién era yo.

Cuando salí de aquel sitio, caminé en dirección contraria a la salida, decidida de que las cosas pasan cuando tienen que pasar. Un par de horas antes, había caído una gran tormenta, que había limpiado el aire y refrescado el ambiente de un caluroso día de finales de junio en Madrid.

En el cementerio, no había nadie. Sólo me crucé con una mujer que salía cuando yo entraba. Caminé colina arriba, recordando la última vez que había estado allí, unos ocho años antes, por el entierro de mi abuela. El nicho estaba casi al final, haciendo esquina, y allí estaba también mi madre, después de que mi padre decidiese que prefería que sus cenizas estuviesen allí en lugar de en casa.

Fui parando en la esquina izquierda de cada hilera de nichos, hasta que las encontré, a las dos. Las personas más importantes de mi vida, junto a mis hijos. Las que han hecho que yo sea yo. Las que me cuidaron y criaron cuando yo no podía hacerlo por mí misma.

Leí sus nombres inscritos. Me besé las puntas de los dedos y presioné con ellos la piedra negra. Pensé en ellas durante unos minutos. Al menos, estaban juntas, aunque no creo que ellas estén en ese sitio, sólo lo que queda de su parte física, por eso me había resistido a ir hasta entonces.

Después caminé hacia el coche, despacio, pensando que si hubiera ido el día antes, seguramente no habría tenido tiempo de ir hasta allí y de enfrentarme a ver sus nombres escritos sobre la piedra de un nicho. Imagino que esto es el principio de la consciencia de que no podré volver a verlas ni hablar con ellas. Siguen congeladas, como si se tratase de un tiempo en el que nuestras vidas nos mantienen tan ocupadas que no tenemos un rato para hablar. 

Imagino que es la manera que tiene mi cerebro de amortiguar el dolor, al igual que consigue que casi dos horas esperando ante una puerta cerrada se convierta en la oportunidad de leer un libro.

viernes, 17 de noviembre de 2023

Lucy


Cuando vi en Facebook aquella bola de pelo blanco que una protectora pedía que alguien adoptara, supe que tendría que ser yo. Para mí era tan claro, que incluso no me importó el desacuerdo de mi pareja en ese momento, el padre de mis hijos. Yo me encargaría de ella, como hacía con el acuario. 

Fue mi hijo Adrià quién le puso el nombre en el veterinario cuando fuimos a recogerla. Lo dijo de manera espontánea cuando le pregunté cómo la llamaríamos. Lucy. 

Recuerdo esa pequeña hurona albina, de apenas un mes, durmiendo sobre mis piernas, al volver a casa en el coche. Compartiríamos juntas más de nueve años de nuestras vidas. Hace unos días tuve que tomar la triste decisión de ayudarla a morir, al verla sufrir y escuchar esos gemidos de dolor casi constantes los últimos días.  "Nueve años y medio para un hurón son muchos años", me dijo la veterinaria al otro lado del teléfono tras decirme que los resultados de los análisis arrojaban que Lucy tenía múltiples patologías de las que no podría recuperarse y la estaban haciendo sufrir.

Entre medias de esos dos días, tenemos miles de anécdotas...cuando en un descuido salió de casa y la encontré en el portal, después de haberla buscado desesperada durante unos minutos; cuando desapareció dentro de una madriguera de conejo para salir interminables minutos después por otro agujero; cuando paseábamos por la calle con ella sentada en mi hombro; cuando intentaba asomar la cabeza por mi bolso al entrar con ella en un hotel a hurtadillas; cuando mordió el tubo del lavavajillas; cuando destrozaba las mangueras de la terraza de casa de Carlos; cuando intentaba beber el agua del acuario; cuando se tiró un bote de barniz encima mientras yo pintaba los muebles, cuando escondía los estropajos debajo de la almohada en mi cama; cuando arrastraba por toda la casa los peluches de los niños, que le triplicaban el tamaño; los recorridos de obstáculos que le preparaba Carlos en su terraza... Y los sobresaltos de los últimos meses, cuando cayó dentro del dispensador de comida y no podía salir, y cuando se quedó atrapada dentro de la bañera, durante no sabemos cuántas horas.

Todos esos recuerdos estallaban en mi mente mientras las lágrimas me nublaban la vista la otra tarde en la clínica. Había pasado allí la noche para que los veterinarios la evaluasen a primera hora de la mañana y estuviera controlada con medicación que pudiera aliviar el dolor. 

Me la dieron dormida, envuelta en una toalla. Fue despertando poco a poco, y se removió, intentando bajar a la mesa de la consulta, y de allí quiso bajar al suelo, y todavía corrió un rato por la consulta, olisqueando el suelo, y abrió una de las puertas con el hocico y salió corriendo por el pasillo...y en ese momento pensé que quizás podría llevármela de nuevo, que podría estar conmigo aún unos días más, pero hubo un momento en el que dejó de correr. Se quedó quieta en el suelo. La cogí en mis brazos. Temblaba. La envolví en la toalla, bostezó, cerró los ojos, de nuevo los quejidos..."Lucy, Lucy..."-la llamé, pero no abrió los ojos.

La sedaron en mis brazos. La besé la cabeza...esa bolita de algodón blanco y suave...la pequeña Lucy. Una mezcla de emociones...y ser consciente de la gran pérdida que tuve hace algo más de un año en mi vida, y que no he sido capaz de asumir, ni de afrontar... Algo totalmente inesperado, igual de rápido, y estando presente mientras ella se iba, en medio de un gran dolor, y la incredulidad de que algo así pudiera estar pasando. Sin poder hacer nada para evitarlo, sólo pudiendo asistir a su marcha. Ella que cuidó tanto de Lucy cuando yo no podía llevármela de viaje. Mamá, ¿por qué?. ¿Por qué tan rápido?. Tantas cosas por vivir todavía...Nunca me arrepentiré lo suficiente de no haber podido compartir más momentos contigo.

jueves, 19 de octubre de 2023

A todas las ex de mis sucesivas parejas

Tu ex no te dejó por mí. Tu ex te dejó porque hacía mucho tiempo que vuestra relación estaba completamente muerta. Una relación muere por muchas razones, y siempre los dos implicados han puesto de su parte en ese crimen.

Imagino que para ti será más fácil echar la culpa a la aparición de una tercera persona. La tercera persona siempre es la única culpable, por supuesto, que ha "hechizado" a tu ex pareja para convencerle de quedarse con ella. Siempre es más fácil echar la culpa a una tercera persona, que analizar el proceso de desgaste de la relación que ha terminado, por supuesto, encontraríamos que tenemos parte de culpa en que la relación muriese, y eso no nos gusta. 


Lo que nos gusta es echar la culpa a nuestro ex y a la nueva pareja, y por supuesto, utilizar a los niños y a las niñas como herramienta de destrucción masiva contra su padre y la nueva relación. Son unos expertos en chantajes emocionales. Lo han sufrido desde pequeños, desde primera línea, como espectadores de la relación enferma en la que vivían sus padres. Incluso, su madre lo ha usado contra ellos. Y ahora ellos lo ponen en práctica.


Enhorabuena. Has conseguido que tus hijos crean que la relación enferma en la que vivían sus padres es la normalidad. Si una buena terapia no consigue corregir esa circunstancia, repetirán el mismo patrón de conducta con sus parejas y con sus hijos. 


Siento decirte que no estás arruinando sólo tu vida, sino también la de tus hijos, aunque creas que con este uso, estás consiguiendo destrozar la vida de tu ex pareja. Todo lo contrario. Tu ex pareja está feliz de haberte perdido de vista, ahora te ve sin la venda que se había puesto durante tantos años. Ahora ve cómo le manipulaste y cómo le hiciste sentir culpable cada vez que no cumplía tus deseos. 

sábado, 26 de agosto de 2023

En medio de una crisis

Hace mas de un año que llevo viviendo una crisis personal y laboral.

La crisis personal comenzó cuando decidí dejar la relación de pareja en la que había estado durante ocho años. Una relacion intensa en la que se habían producido pérdidas de confianza, que la había convertido en una especie de tortura para mí. Tampoco era buena para mis hijos, que estaban viviendo el resultado de cómo una mala separación afecta a unos niños, no a ellos, sino a los hijos de mi pareja, con los que convivían parte del tiempo. Mis hijos han tenido la suerte de que su padre y yo somos personas razonables, que siempre les hemos protegido de nuestros posibles desencuentros a nivel ex pareja.

Poco después comencé una relación a distancia con una persona que vive a 1200 km, y que también se encuentra inmerso en una separación muy complicada, y casi calcada a la de mi anterior pareja. Eso ha supuesto muchas dudas para mí. Estar juntos supone un esfuerzo importante a niveles organizativo, económico, y de desgaste emocional, por encontrarse él en medio de la lucha para sentirse libre de iniciar otra relación de pareja, después de una separación con un chantaje emocional constante, con niños también de por medio que se utilizan como herramienta de tortura. Otra ex mujer que me sitúa como culpable de su desgraciada vida. Ciertamente, voy acumulando una buena colección de mujeres que desearían que no existiera.


A esto se une la muerte de mi madre, repentina, de una pancreatitis aguda que nadie vio venir porque ella soportó los síntomas durante días sin decir nada. A la enorme pérdida, puesto que era el pilar de mi familia, se une un padre totalmente dependiente a nivel emocional y de autonomía doméstica, que se queda solo, y a pesar de que cuenta con el apoyo mío y de mi hermano, y una persona que va cada día a ayudarle con las tareas domésticas, su chantaje emocional es constante.


En cuanto al ámbito laboral, he conseguido recientemente incorporarme a mi anterior puesto, dejando por fin las responsabilidades que he arrastrado durante más de tres años, y que había supuesto que dejase mi vida familiar y personal en un segundo plano. Mis hijos están muy contentos de haber recuperado a su madre. No ha sido fácil poder cambiarme, y lo he logrado gracias al apoyo de personas clave, a las que les estaré eternamente agradecida.


Ahora mismo me encuentro en el aeropuerto, esperando el avión que me llevará a Basel. Después de viajar una o dos veces al mes durante más de un año, me he hecho una experta en equipaje, colas de speedy boarding, y retrasos. Sé donde están todos los cargadores de móvil, los sandwiches más comestibles y los mejores duty free. Mi inglés ha mejorado notablemente, siendo el idioma en el que me comunico con mi pareja, porque es alemán, y ni él habla español ni yo hablo alemán. Estoy haciendo una inmersión completa en la cultura alemana y suiza, porque él trabaja en Suiza y lo frecuentamos bastante. Estoy conociendo muchos nuevos lugares, paseo por la selva negra como si estuviese en el parque lineal del Manzanares.


A nivel físico, he adelgazado mucho y me siento débil, pero los análisis son perfectos, todo bien, incluso el hierro, de lo que suelo estar baja. Sigo aparentando más joven de lo que soy, y ahora he decidido dejarme el pelo largo, permitiendo que los rizos se formen de nuevo en mi pelo, olvidándome por un tiempo de alisarlo. Estoy volviendo a mi imagen de juventud de pelo rojo, rizado y largo. Ya veremos cuánto dura.

viernes, 18 de agosto de 2023

El precio de la fama

A raíz del éxito de Barbie, me he fijado en el actor Ryan Gosling, quién había pasado desapercibido por completo para mí hasta ahora. Le había visto en Blade runner 2049, pero su interpretación no me había dicho nada, me pareció demasiado inexpresivo, aunque es cierto que su papel era el de un robot.

La cuestión es que busqué en Google información sobre sus películas, y por supuesto, apareció la wikipedia, que me contó toda su vida, incluido que su pareja es Eva Mendes, de la que no había visto ninguna película últimamente, con la que tiene dos hijas. También averigüé el motivo por el que no había visto a Eva Mendes en películas recientes y es porque se está centrando en el cuidado de sus hijas.

Sin embargo, como ahora todas nuestras búsquedas en internet son una referencia para que la red nos envíe informaciones constantes relacionadas con nuestras búsquedas, empezaron a aparecer múltiples noticias de Ryan Gosling en Google y en Youtube, que son las aplicaciones a las que recurro mientras espero en el médico, viajo en transporte público, o intento dejar la mente en blanco e intentar darme un respiro de mi propia vida.

Decidí descargarme algunas de sus películas para verlas en el aeropuerto y en el avión en mis frecuentes viajes Madrid - Basilea, ya que descubrí que Gosling había recibido numerosos premios y nominaciones, y quizás eso significaba que tenía que darle otra oportunidad y no quedarme sólo con el papel que había interpretado en Blade runner. 

Por el momento, he visto tres de estas películas y no me ha decepcionado, aunque ya empiezo a estar saturada, por lo que me tomaré un respiro. Mi deseo irrefrenable de analizar a las personas mirándolas a los ojos, no cesa aunque interpreten a un personaje que no es ellos. A esto se suma la cantidad de fragmentos que saltaban en Youtube shorts sobre entrevistas que le han hecho, en las que siempre da respuestas divertidas.

Sin darme cuenta, me sumergí en la vida de este actor, que cuenta con un sentido del humor irónico, y parece tener unos principios básicos de la vida que me parecen muy acertados, como es el de mantener su vida privada y la de su familia al margen de su trabajo, y precisamente, en contra de este punto, me saltó otro vídeo sobre él, que detuve sin poder seguir viéndolo porque me sentía mal.

El vídeo consistía en una grabación que alguien había hecho sin que él lo supiera mientras caminaba solo por París. Era de noche, muy poca gente por la calle. Él a veces se ponía la capucha de la sudadera para no ser reconocido, pero daba igual, alguien lo estaba grabando, desde no muy lejos. Me sentí como una espía. Sentí que estaba haciendo algo malo, entrando en la intimidad de una persona sin su consentimiento, y cerré YouTube.

Me recordó a aquella noche en la que vi en persona a Keanu Reeves, uno de mis actores favoritos, en la premiere en Madrid de Constantine. Hace ya muchos años. Él estaba sólo a unos centímetros de mí. Quieto, callado, sólo mirando al grupo de fans que gritaban su nombre e intentaban llamar su atención. Yo formaba parte de ese grupo, pero me había apartado, estaba incluso más cerca de él que las demás, pero estaba callada, tranquila, quieta, sólo observándole, y sintiendo su intranquilidad, su timidez, su postura de no parecer demasiado frío pero a la vez mantenerse seguro, un poco alejado de esas admiradoras que gritaban su nombre. Yo era sólo una observadora, que le daba el espacio que merece como persona. Para mí era suficiente observarle en persona y leer en sus ojos sin una pantalla entre medias, sin la interpretación de un papel de película, sólo interpretando su papel de ser una persona normal cuyo trabajo provoca en otras personas que crean que les perteneces de algún modo y que tienen que hacer cualquier cosa para llamar tu atención. Sentí lástima por él, igual que la sentí por Ryan Gosling viendo aquel vídeo.

Hace muchos años, en El perverso polimorfo, escribí una frase que había leído, y que era algo así como que una persona famosa es alguien que ha pasado su vida intentando ser conocido, y la otra parte de su vida llevando gafas oscuras para no ser reconocido. 

Realmente, es muy complicado conseguir el equilibrio porque escapa a tu control. Cuando intento ponerme en el lugar de las personas famosas e imagino, por ejemplo, que estoy en un avión, en el metro, en el tren, o paseando por la calle, y que la mayoría de las personas que están a mi alrededor saben cómo me llamo, si tengo pareja, hijos, o a qué me dedico… me siento extremadamente vulnerable y entro en pánico, porque siento que no estamos en igualdad de condiciones.

domingo, 9 de julio de 2023

HA VUELTO A PASAR...

Ha vuelto a pasar...otro pez saltó fuera del acuario. Ocurrió, de nuevo, por la mañana, cuando apagué la luz del salón después de desayunar. Tras apagar la luz, me quedé unos segundos comprobando la temperatura del acuario tropical. Estaba agachada, mirando el termómetro de este acuario cuando escuchñe un ruido seco en el acuario marino. Fue un ruido extrapño, comoun golpe en el cristal del acuaripo, algo improbable provocvado por el skimmer y el filtro. Debía haber hecho ese ruido otra cosa. Fui a mirar. Y le vi... Vulpinos estaba sobre el cristal que cubre el acuario. Inmóvil. Con sus colores de camuflaje. Me acerqué rápidamente, y sin pensarlo dos veces, le empujé levemente, estaba muy cerca del borde del cristal, unos centímetros más y caería de nuevo al acuario. Toqué sus púas, venenosas, con la mano, y él saltó asustado, cayendo al agua de nuevo. Esta vez, el pez se salvó. Esta vez las condiciones permitieron que se salvara. He colocado una red sobre el acuario. No es muy resistente, ya que los huecos que debo dejar libres para el skimmer, filtro, dispensador de comida, ventiladores...no permite que esté sujeta con firmeza, pero al menos, algo hará...Lo que no puede evitar es que mire al suelo junto al acuario o sobre su cristal cada vez que entro en el salón, por si otro pez hubiese saltado.

jueves, 9 de marzo de 2023

El pez dentro del acuario

Hace un par de semanas, ocurrió algo que nunca me había pasado en los trece años que hace que tengo acuarios. Uno de los peces del acuario marino saltó fuera, cayendo al suelo. Era por la mañana, muy temprano. Encendí la luz del salón para preparar la mesa con el desayuno. Había hecho un par de viajes del salón a la cocina, y viceversa, sin percatarme. Cuando lo vi por primera vez, me pareció una hoja de alguno de los potos del salón, pero cuando me fijé, me di cuenta horrorizada de que era uno de los peces, al que llamábamos el unicornio porque tenía algo parecido a un cuerno en la cabeza. Llamé a mi hijo para que me ayudase a meterle de nuevo en el acuario, pero él se quedó paralizado, sin saber qué hacer. Cogí al pez con un papel y me dispuse a introducirle de nuevo en el acuario, pero en el último momento me arrepentí. Pensé que si ya estaba muerto, podría poner en peligro la salud del resto de los habitantes del acuario, dudé y el pez cayó de nuevo al suelo. Sin pensar, fui a por la bolsa de la basura y allí eché al pez. Me sentí muy mal durante todo el día porque no podía dejar de pensar que quizás podría haberle salvado. Quizás estaba todavía vivo cuando decidí no meterle de nuevo en el acuario. Me sentí muy culpable. Sentí que le había fallado. Mis hijos me dijeron que no me preocupase, que seguro que ya estaba muerto cuando le vi, y realmente, tienen razón. Esta anécdota me enseñó algo más de mí, y es que a veces intento salvar cosas imposibles. Meto el pez en el acuario una y otra vez, a pesar de que siga saltando fuera. Si no lo hago, siento que estoy fallando. No sólo al pez, a mí también. Creo que tengo que aprender a dejar que el pez se quede fuera del acuario, y muera. Al fin y al cabo, fue él quien saltó, aunque no supiera qué consecuencias tendría hacerlo.

domingo, 15 de enero de 2023

Aunque a veces no lo parezca, somos libres...

Ahora que Shakira está ventilando su ruptura con Piqué a través de sus canciones, en una versión mejorada de las entrevistas en el Hola, pero con más creatividad y rédito económico que los que ofrece el papel couché, es el momento de escribir esta reflexión que, precisamente, lleva tiempo rumiando en mi cabeza. Lo curioso de esta historia Shakira vs. Piqué es que hay retractores y defensores de los dos bandos, y provoca comentarios de todo tipo en Internet y en los medios de comunicación, demostrando una vez más que el ser humano se debe aburrir mucho y que las vidas insulsas crean espectadores de las vidas ajenas, pero esa es otra reflexión que abordaré en otro momento. Volviendo a la reflexión inicial, entiendo perfectamente que Shakira se sienta dolida. En una ruptura suele haber una de las partes que no está de acuerdo, pero independientemente de esto, creo que es importante tener claro a estas alturas de la historia,-la historia de la humanidad, no de la historia Shakira vs. Piqué-, que en nuestra sociedad occidental existe algo que se llama "libertad". Todos somos libres para amar y elegir a la persona con la que queremos compartir nuestra vida, -no olvidemos que la vida es "nuestra", aunque hayamos jurado amor eterno a otra persona-, si una tercera persona aparece en una relación de pareja es porque algo faltaba en esa relación, algo no iba bien, al menos para uno de los componentes de esa pareja, y lo ha encontrado en otra parte. Tendemos a pensar que nos pertenecen los otros, como si se tratasen de objetos, y algunas personas a pesar de ser infelices, aceptan continuar en esas relaciones, siendo esclavos de su pareja, de los convencionalismos, de los hábitos, del "qué dirán", -queda la tranquilidad que será menos mediático que Shakira vs. Piqué-. Para terminar, a las personas que se sienten abandonadas... quizás podrían pensar si eran felices en esa relación, si creen que faltaba algo...podrían hacer un poco de autocrítica desde la calma y seguramente encontrarán los motivos que hicieron que el otro se sintiese atraído por otra persona. Pero principalmente, ser consciente de que somos libres para empezar y dejar relaciones.

Mamás y Papás: Una realidad que no debemos olvidar...

Una joya en el corazón de Madrid