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jueves, 20 de noviembre de 2008

NO A LA PORNOGRAFÍA INFANTIL


La pornografía infantil en la Red es una lacra imparable que ensucia nuestras vidas cada día. La presión policial con macroredadas no es suficiente para detener las malas prácticas de estos individuos, que actúan desde el anonimato que puede brindar la Red golpeando las vidas de cientos de niños, incluso bebés, en busca de un deseo sexual depravado y enfermizo. Por eso entre todos los internautas debemos ponernos manos a la obra y meter el máximo de ruido en el ciberespacio. El objetivo de esta blogocampaña, que arranca hoy, es que el próximo 20 de noviembre --Día Universal del Niño-- cientos de blogs escribamos un post en el que aparezca la frase Pornografía infantil NO para sembrar los buscadores de Internet de severas críticas a esta vergüenza humana y social. De esta forma conseguiremos que las ciberbúsquedas de las palabras pornografía+infantil al menos golpeen las conciencias de tanto salido mental. En el post podéis colar términos de búsqueda empleados por los pederastas y pedófilos como "angels", "lolitas", "boylover", "preteens", "girllover", "childlover", "pedoboy", "boyboy", "fetishboy" o "feet boy" para llegar adonde queremos llegar.

Éste es el texto que me animó a incluir este blog en la campaña iniciada por el blog La huella Digital, y hoy, Día Universal del Niño, escribo este post para lograr que, al menos, alguna búsqueda, "caiga" por aquí y pierda el tiempo inútilmente.

Nunca he entendido qué puede haber en la cabeza de esas personas que encuentran satisfacción en la pornografía infantil. Quizás ellos también fueron abusados de pequeños, o quizás, son así, simplemente.

Me pregunto si serán padres y si someterán a sus hij@s a las vejaciones que buscan por internet y sólo pienso en que les encuentren, les juzguen por ello y cumplan su condena, lejos de los menores a los que tod@s deberíamos proteger.

sábado, 4 de octubre de 2008

El muñeco más feo


Tenía cinco años. Mi madre me llevó al cine, a ver una película de "Mazinger Z", que en aquella época, era de lo mejor que le podría pasar a cualquier niño o niña de mi edad.

Se trataba de una sesión especial para niños, y una vez terminada la película, invitaban a los niños a subir al escenario, intercambiar unas palabras con un adulto que hacía de presentador, y regalarles un juguete.

Pidieron voluntarios, y yo levanté la mano sin dudarlo. En esa etapa de mi infancia carecía de todo tipo de vergüenza a hablar en público.

Una vez en el escenario, el presentador me preguntó lo típico, cómo me llamaba y la edad. Después, me preguntó qué quería ser de mayor. Contesté inmediatamente que quería ser mamá. La carcajada de los adultos que acompañaban a los niños, no se hizo esperar. Y yo me preguntaba extrañada por qué les haría tanta gracia que yo quisiera ser como mi madre cuando fuese mayor. Un tiempo después, entendí la confusión.

El presentador, todavía riéndose, me señaló todos los juguetes que había detrás de mí, en el escenario. Había coches, aviones, y todo tipo de muñecas. Muñecas tipo princesas, muñecas enfermeras con todos los complementos, barbies, nancys...pero yo me fijé en un muñeco.

Era un muñeco muy simple. Más pequeño que el resto. Carecía de complementos. Vestía un mono rojo, y un gorro del mismo color. Pensé que, sin duda, aquel era el muñeco más simple y más feo de todos los que había, y que se quedaría esperando hasta el final a que alguien se lo llevara, o nadie lo escogería. Me dio pena y lo elegí. Para que no se quedase solo.

Cuando volví junto a mi madre, ella se quedó mirando el muñeco y me preguntó "Hija, ¿no había un muñeco más bonito?". En ese momento, me arrepentí por unos instantes de mis deseos de parecerme a mi madre.

martes, 10 de junio de 2008

A través de la ventana


Recuerdo la primera vez que me asomé por esa ventana. Era de noche y la farola del jardín iluminaba el césped. Sentía miedo y emoción a la vez. Era consciente de que mi vida había cambiado radicalmente y me alegraba de que así fuese. Lugo se me había quedado pequeño. Conocía de memoria sus calles, había jugado en todos sus parques y subido a todos los muros a los que alcanzaba.

Sabía que había cosas que echaría de menos: los chicles de bola de la máquina de la tienda donde iba a comprar con los abuelos, los patos y cisnes del parque, mis amigas, la casa de los abuelos, y sobre todo, a los abuelos.

Pero ya tenía cuatro años y era hora de que viniese a Madrid, a vivir con mis padres y mi hermano. Tenía que empezar a ir a la guardería. Se lo había explicado al abuelo cuando me pidió que me quedara con ellos. "Abuelo, me tengo que ir con mis padres y empezar el colegio". El abuelo se había echado a llorar y eso me entristecía. Pero los abuelos vendrían a vernos y nosotros también iríamos en el verano y las navidades.

Pronto me di cuenta de que mis padres, aunque había tenido mucha relación con ellos, eran prácticamente, unos desconocidos. Me sentía desamparada cuando me equivocaba al pulsar el botón del ascensor y aparecía en una planta que no era la de mi casa. Me sentía perdida. Bajaba de nuevo hasta el portal, y subía por las escaleras, contando el número de descansillos que atravesaba "uno, dos...tres" hasta mi casa. Me faltaban las referencias. Fue una etapa dura, en la que intentaba hacerme la fuerte, pero en la que me echaba a llorar, simplemente, porque en la guardería, otra niña no me dejaba la plantilla de madera para dibujar un elefante.

Ahora me siento un poco de esta manera. Soy consciente de que mi vida va a cambiar radicalmente, pase lo que pase...

Mamás y Papás: Una realidad que no debemos olvidar...

Una joya en el corazón de Madrid