El sol caía a plomo. Al llegar allí, he ido directa al lugar donde se encuentra mi abuelo enterrado, pero no he encontrado su lápida. Ya me habían advertido que esto podía ocurrir.
He recorrido una y otra vez las hileras de tumbas. A veces, las telarañas que se habían formado entre las cruces de las lápidas, se enganchaban en mi pelo, pero yo continuaba discurriendo entre esos caminos destartalados, con losetas sueltas, que amenazaban con desfondarse.
Estaba sola entre esas tumbas, que he recorrido una y otra vez. Sin éxito. He llamado a mi tía para asegurarme que la memoria no me fallaba. Una vez que he comprobado que, en efecto, no me fallaba, he buscado por el cementerio una puerta donde preguntar.
"La puerta está al fondo", me dijo mi tía, y me he aventurado hasta el final del cementerio, rodeada de campanillas invisibles que sólo se escuchaban, pero no se veían. No he sentido miedo. Sé que los muertos nunca se quedan en los cementerios. Sólo sus huesos. He golpeado la puerta, pero nadie ha contestado.
He visto a una mujer a lo lejos, que barría las hojas junto a una tumba. Me he acercado y le he preguntado por la tumba de mi abuelo. Me ha dicho que no sabía nada y que tenía que preguntar en el ayuntamiento.
He bajado la montaña con brío, y acortado el trayecto, callejeando, para llegar a la casa consistorial antes de que cerrasen. He llegado tarde, ya no daban información, pero he salido de allí con un contacto para preguntar el lunes, y la seguridad de que puedo solicitar información a través de la sede electrónica. Se avecinan luchas por la justicia hereditaria, una batalla que mi madre comenzó, antes de fallecer, y que yo me siento en la obligación de continuar.
Hay momentos en los que es necesario hacerse cargo de las decisiones tomadas por antepasados, para remendarlas y hacer que las cosas regresen al cauce del orden natural. No será fácil, pero hay que hacerlo.
Por la tarde, he recorrido el paseo sobre los acantilados. He bajado hasta la playa, que he recorrido descalza, con las olas bañando mis pies. Para finalizar, he ido hasta el final del espigón, y he regresado a casa, a través del parque de eucaliptos, cuando ya caía la noche.
Ahora ya recogiendo las cosas para volver mañana a Madrid... Acaban de llamar al portero. No he contestado. Me he limitado a cerrar la puerta con llave. El cerrojo de seguridad también está echado. Espero que alguien se haya equivocado al llamar. Es demasiado pronto como para que alguien esté interesado en saber quién ha comenzado a hacer preguntas...
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