La compañía fue todo un acierto. Todas nos reconocimos en sus palabras. Nos fuimos a tomar unas cañas y a comer algo ligero. El barrio de La latina estaba a rebosar y tardamos en encontrar una mesa libre, pero mereció la pena la búsqueda, no por el sitio, sino por la conversación. Honesta, clara, directa, hiriente y plagada de silencios y miradas que decían más que las palabras. Conversaciones y situaciones necesarias para colocarte en la realidad de vez en cuando.
El colofón de la noche fue que el coche que pedí para volver a casa resultó ser un BYD. Un modelo parecido al mío. El conductor y yo hablamos de las bondades de estos coches. Él me contó que todos los clientes se sorprendían de su interior y de sus prestaciones, y algunos de ellos, incluso se planteaban comprarlos. Yo le conté que esta semana, en una ocasión, al aparcar y salir del coche, un hombre también me preguntó qué resultado me estaba dando, y le dije que estaba encantada. También me dijo que se acercaría a un concesionario. Estos coches se venden solos.
Cuando llegué a casa, mis hijos me esperaban en el salón. "Nos tenías preocupados", me dijo Adrià. "Estaba esperando a que llegaras para irme a dormir", me dijo Iria. Regresé a la adolescencia por unos segundos. La noche valió la pena.
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