lunes, 25 de agosto de 2025

IMPOSIBLE

El viento soplaba fuerte, las nubes negras habían cubierto el cielo y los truenos se escuchaban, cada vez más fuerte, avanzando hasta donde yo estaba, de pie, en la cima del monte. Era un claro del bosque, donde no crecía la hierba ni los árboles. Totalmente yermo. Sólo la tierra, en tonos marrones, se encontraba bajo mis pies. 
No hacía frío, a pesar del vendaval y la lluvia que amenazaba con caer, de un momento a otro. Mi capa larga y blanca me protegería si lloviese. Mi pelo largo era zarandeadeo de un lado al otro de mi cabeza, cayendo a veces sobre mi cara, impidiendo poder ver si alguien se aproximaba, pero mis ojos no eran necesarios en ese momento. Sabía que él se aproximaba. Podía sentirle. Levanté la cabeza y aparté con las manos los mechones de pelo rojo de mi cara.

Estaba frente a mí. Quieto, mirándome con la intensidad que le caracterizaba. Esos ojos negros se clavaban en los míos, como si estuviese leyendo dentro de mí. Yo sabía que no era como "si estuviese", realmente, estaba leyendo dentro de mí. Entre nosotros, no eran necesarias las palabras.

Su pelo negro, largo, también danzaba sobre sus hombros. Su cuerpo esbelto, quedaba envuelto por la capa larga y negra que vestía.

Comenzó a andar hacia mí, y yo también avancé hacia él, quedando a escasos centímetros de distancia. Podría tocarle sólo con levantar mis manos, pero no quería hacerlo. Debíamos evitar el contacto físico.
- Sabes que ésta es la última vez que nos vemos, -me dijo.
- Lo sé, - dije yo.

Nos miramos en silencio durante unos minutos, hasta que me sujetó del cuello y me besó como siempre había hecho, de una manera ansiosa, desesperada. Todo a nuestro alrededor desapareció. La energía de nuestros cuerpos, unidas en ese beso, formaron una burbuja a nuestro alrededor, con una parte de sombra y otra de luz, en un yin y yan casi perfecto, que giraba a nuestro alrededor. 

No sé cuánto tiempo estuvimos abrazados mientras nuestras lenguas se entrelazaban. Poco a poco, dejamos caer nuestros cuerpos al suelo. La burbuja de energía nos hacía invisibles al exterior. 

Permanecimos abrazados unos minutos. Él me acariciaba mientras susurró "No podemos seguir con esto. Vamos a hacernos mucho daño". Lentamente, se apartó de mí y cuando nuestros cuerpos dejaron de tocarse, la burbuja desapareció, dejándonos a la intemperie. 

Una lluvia furiosa caía sobre nosotros. Nos levantamos. Nos miramos una vez más. Quietos, observando al otro, sin poder movernos.
- Sabes que estamos condenados, ¿no?, -le pregunté, alzando la voz, intentando contrarrestar el sonido de los truenos.
Él asintió con la cabeza, en silencio. 
- Nos seguiremos encontrando, pero nunca podremos estar juntos.
Él asintió de nuevo. Nos cogimos de la mano, un momento, sólo unos segundos, los suficientes para sentir al otro y poder recordar su tacto a lo largo de los siglos. Los dos nos dimos la vuelta y corrimos en direcciones opuestas.

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