- ¿Qué ocurre?.
- Nada. Sólo te estoy mirando, -contesta mientras da un bocado a su hamburguesa.
Unos minutos más tarde, mientras nos despedimos, me mira fijamente de nuevo. En silencio.
- ¿Qué estoy pensando?, - le pregunto, al ver que me está mirando fijamente a los ojos.
- Que no estoy entendiendo nada.
Me río. Tiene toda la razón.
Unos días más tarde, me pide "Mírame a los ojos".
Los ojos son la ventana del alma. Mirando a los ojos, puedes interpretar lo que la otra persona piensa, siente...Miras fijamente, sin prejuicios, con la mente abierta y, sin darte cuenta, eres consciente de lo que le ronda en la cabeza.
Sin embargo, algunas personas, cuando se dan cuenta de que les miras a los ojos, bajan la cabeza, apartan la mirada. Dicen que son tímidos. No quieren que sepas demasiado sobre ellos. Se sienten intimidados. Y eso me recuerda a una persona de la que me dijeron que nunca mira a los ojos. "Pues a mí sí me mira", dije yo. "Algo querrá", contestó mi interlocutora. Y recordé aquella mañana fría, en medio de una plaza, todavía en pandemia. Sólo se nos veían los ojos. El resto de la cara permanecía cubierta por la mascarilla. Estábamos quietos, a unos centímetros el uno del otro, hablando en susurros para que nadie pudiese escucharnos. Nos mirábamos fijamente. Sus ojos azules se clavaban en los míos, como queriendo transmitir todo lo que necesitaba decir sólo con la mirada. Recuerdo que yo me movía en círculos, alrededor de él. Era como una escena de película, como todo lo que ocurría aquellos meses, en los que nunca supe qué era el confinamiento. La atmósfera era irreal.
Pensaba en todo esto, mientras me daba un baño relajante. Flotando sobre el agua. Los ojos cerrados. Sin nadie a quien devolver la mirada. Sola. Completamente sola en la casa, en uno de esos, muy pocos, días al mes en los que me puedo regalar la soledad. Sin escuchar otras voces. Sin mirar otros ojos. Sólo los míos a través del espejo.


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