miércoles, 19 de noviembre de 2025

EL BOSQUE Y LA PRADERA

He estado otras muchas veces en el mismo lugar que estoy ahora.

Una pradera verde, atravesada por un riachuelo tranquilo y serpenteante. Más allá de la pradera, hay un bosque. El bosque es muy frondoso, formado por grandes y antiguos árboles, cuyas ramas largas y retorcidas se enterenezclan entre los ejemplares, creando una bóveda vegetal casi impenetrable por la luz.

Cuando paseas junto al río, los rayos del sol calientan tu pelo y tu piel. Escuchas el ruido del agua, relajante, y el canto de los pájaros. A veces, se cruzan en tu camino conejos y liebres, que recorren raudos la pradera. Sientes paz y calma.

Sin embargo, cuando, casi sin darte cuenta, te adentras en el bosque, los rayos del sol desaparecen. Deja de escucharse el canto de los pájaros, y aunque escuchas cómo algunas de las ramas y hojas que han caído al suelo crujen bajo el peso del cuerpo de algún animal, no puedes verlo porque la oscuridad lo impide.

Tu cuerpo comienza a quedarse frío, mientras avanzas en la penumbra. Apoyas tus manos en los troncos y ramas de los árboles y tus pies buscan un hueco entre la hojarasca para no caer. Tu respiración se agita. Deseas salir de esa madeja vegetal, pero no encuentras la salida. Aunque tus ojos busquen un halo de luz, no puedes verlo. Crees que te quedarás atrapado siempre allí. Tus mejillas se mojan. Las lágrimas no cesan. Tus piernas no te sujetan. Te sientas en el suelo. El frío y la tristeza te paralizan. Lloras hasta quedar dormido, apoyado en el tronco y las raíces de un gran árbol.

Los rayos del sol se filtran a través de tus párpados. Poco a poco, abres los ojos. La luz te deslumbra. Tu cuerpo ha recuperado el calor. Un conejo blanco te mira, inmóvil, sólo a unos centímetros de ti. Te desperezas. Estiras los brazos y las piernas. No sabes cómo has salido del bosque, pero lo has hecho. Quizás, a veces, es necesario dejar que la oscuridad te invada para poder volver a la luz.


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