El cuerpo nos para cuando nosotros no paramos. Hace más de un mes, que mi vida se limita a arrastrarme hasta la cocina, el salón o la cama; acudir a centros hospitalarios en taxi, y comprar todo por internet.
Hace más de un mes que mi cuerpo se reveló contra mí, después de haber estado avisando durante semanas que algo ocurría con mi espalda. Hice caso omiso a los dolores, incluso cuando no podía doblarme para abrocharme las botas. Seguí con el ritmo trepidante del día a día, incrementado con la multitud de tareas a realizar antes de irme de viaje. Además, algo me decía que debía hacer todas las gestiones de los niños en esa semana porque la siguiente sería imposible hacer nada, y tenía que dejar comida cocinada y congelada en el congelador. Hice caso a mi instinto y así lo dejé hecho, afortunadamente.
El 5 de diciembre, por la mañana, mientras estaba reunida con parte de mi equipo de trabajo, me tomé unas pastillas para calmar los gases, creyendo que tenían que ver con las molestias de la espalda. Me sentía mareada, pero continué con el ritmo programado. Incluso, aquella tarde, cuando ya en el aeropuerto, tuve que sentarme para abrocharme las botas tras el control de seguridad.
El viaje a Zurich discurrió con normalidad, viendo en la tablet las películas que me había descargado, aislada del resto de viajeros, que ese día estaban especialmente parlanchines, pero cuando bajé del avión, sentí un dolor muy fuerte y punzante en la pierna izquierda y ese lado de la espalda. Me tomé un ibuprofeno e intenté ignorarlo, hasta que a las cinco de la madrugada, sin poder conciliar el sueño por el dolor, nos fuimos a urgencias.
Allí me diagnosticaron ciática y me recetaron antiinflamatorios y analgésicos, pero el dolor seguía siendo terrible y ya no podía apoyar la pierna en el suelo. No respondía. Cedía.
Tuve que pedir asistencia en silla de ruedas en los aeropuertos para volver a Madrid, -una experiencia que merece una entrada en el blog por sí sola-.
Más de un mes después, puedo andar casi recta, aunque mi pierna sigue sin responder, bloqueándose constantemente. No puedo conducir, no puedo permanecer de pie quieta durante más de unos segundos. En la Seguridad social se limitan a cambiar la medicación contra el dolor y alargar la baja. La mutua de la empresa me ha realizado radiografías y una resonancia, teniendo ya un diagnóstico claro que implica posiblemente una operación que yo no quiero.
La cuestión es que la normalidad de mi rutina se ha detenido, congelada a partir del 5 de diciembre de 2024. Estoy intentando aprender a vivir con el dolor hasta que encuentre una solución que, por el momento, no llega.