martes, 6 de diciembre de 2022

Tropezando en la misma piedra

Los humanos somos animales de costumbres. Nos sentamos en los mismos sitios, tendemos a comportarnos siempre de la misma manera, no importa dónde estemos, en el trabajo, en el coche, en el transporte público, con amigos, con las parejas, con nuestros hijos, nuestros padres, nuestra familia en general. Repetimos patrones, y aunque lo evitemos, volvemos a hacer lo mismo sin darnos cuenta. En esas estoy ahora...repitiendo patrones, y preguntándome si me he equivocado en mis últimas decisiones. El problema es cuando arrastramos a otros, cuando tú no eres el único imnplicado, y todo tu mundo cambia, y a la vez haces cambiar el mundo de los otros. El efecto mariposa. Tus decisiones desencadenan acontecimientos que hacen tomar decisiones, a su vez, a otros, y sus vidas cambian. Y una vez que has hecho cambiar sus vidas, y la tuya, te preguntas si habrías tomado la decisión equivocada, y te planteas esperar, dar una oportunidad a que las cosas sean diferentes esta vez, pero la base es la misma, y el sentimiento, de tristeza es el mismo que antaño, cuando decidiste cambiar de vida. Otros protagonistas, pero la misma historia, y lo peor es darse cuenta de que tu subconsciente está buscando lo mismo, de nuevo. ¿Cómo corregirnos?, ¿cómo reconducir esos patrones?. ¿Estoy destinado a vivir siempre las mismas situaciones?. Al final, mi teoría juvenil de que la vida es un círculo va a ser cierta.

martes, 30 de agosto de 2022

LA PAREJA DE BAILE

Hace unas entradas, hablé de las fuerzas invisibles que nos empujan y que manejan nuestras vidas sin que nosotros seamos conscientes. http://banduaplace.blogspot.com/2022/05/lo-que-no-vemos.html?m=1 

Casualidades, coincidencias, que permiten que nos unamos y separemos en nuestras vidas. Compañeros de colegio, de trabajo, vecinos, amigos de amigos... Una cantidad ingente de personas con las que nos cruzamos en la vida. A veces, dos o tres veces en lugares impensables. Todos tenemos anécdotas al respecto. La vida es un baile con todas estas personas con las que coincidimos. Con algunas bailamos más tiempo, otras pasan por nuestras vidas como aquella pareja de baile que te saca a bailar porque está solo mientras sus amigos están bailando con otras parejas. Sólo por no estar solo.

Otras veces, encontramos una pareja de baile que da los mismos pasos que nosotros, como si se tratara de nuestra imagen en el espejo.  Incluso, cuando nos miramos a los ojos, tenemos la sensación de que nos estamos mirando a nosotros mismos, y no sabemos si se trata de nuestra imagen reflejada o si realmente,  estamos bailando con una persona tan parecida a nosotros que da miedo...

domingo, 12 de junio de 2022

SABER DECIR ADIÓS

En mi bolso llevo tres pares de juegos de llaves. Las llaves de mi casa, las llaves de la casa de mis padres, y las llaves de la casa de mi pareja. Uno de estos juegos, sobra y será entregado a su propietario en breve, cuando haya recogido la ropa y demás enseres personales que tengo en su casa.

Efectivamente, he decidido dejar la relación de pareja en la que he estado un total de siete años, contando también los primeros meses en los que aún no se tiene claro qué se quiere de una pareja...al menos, yo no lo tenía claro, pero él menos...

Por tanto, otro adiós...a veces tengo la impresión de ir dejando un reguero de cadáveres a mi paso...me obligan a sentirme culpable, en cierto modo, de ser yo quien siempre toma la iniciativa de dejar las relaciones que no funcionan. Siempre ha sido así. Siempre he sido yo quien ha dado el paso cuando he entendido que la relación que se mantiene de manera artificial, hace tiempo que podría haber dejado de respirar autónomamente si no estuviésemos ciegos los dos que la componemos, o no queremos verlo, y que por costumbre, por pereza, o por miedo a la soledad, no acabamos de dejar, dejando en el armario un cadáver cuyo hedor es más pestilente cuanto más tiempo pasa.

Siempre he sido yo la culpable. La "mala", y aunque intente explicar los motivos objetivos por los que esa relación no funciona, es lo mismo, para ellos el motivo siempre es que ha aparecido otra persona en mi vida, aunque eso nunca ha sido cierto.

Hace más de veinte años, tuve que tomar la decisión de dejar mi primera relación estable duradera. Esa fue la relación en la que más demoré mi decisión. La presión social, familiar y de algunos amigos y algunas amigas, contribuyeron a que la toma de la decisión se alargase en el tiempo, con consecuencias devastadoras para mí...

Cuando fui consciente de la presión que el entorno hace de manera generalizada, -obviamente, siempre hay excepciones-, a mantener esas relaciones que no funcionan, tomé la decisión de dejarme guiar únicamente por mi criterio a partir de ese momento. El criterio es ser feliz, ser tú mismo, sentirte libre, y a la vez compartir una parte de tu vida con otra persona en la que confías, que te escucha y te apoya de manera incondicional, y por supuesto, puede esperar lo mismo por mi parte.

Tanto fue así que cuando comencé mi siguiente relación, le hice saber cuál era mi postura sobre esto. "Yo estaré contigo mientras sea feliz y me sienta bien". Él se echó a reír, supongo que creía que siempre podría cumplir esas premisas, pero no fue así, y diez años y dos hijos en común después, ni me sentía feliz con él, ni me sentía bien, ni acompañada, ni escuchada...

Fue una decisión difícil de tomar porque implicaba reorganizar la vida de dos adultos y dos niños pequeños, pero sólo fue cuestión de tiempo llegar a acuerdos satisfactorios para todos, y mis hijos están creciendo sabiendo que cuando sean mayores y tengan una relación de pareja que no funciona, la mejor decisión es dejarla. No sólo lo piensan, también lo verbalizan , -mi hija de nueve años recomendó que un amigo que está pasando una situación difícil con su pareja se divorciara-.

Sinceramente, me siento bien sabiendo que mis hijos se sentirán libres para tomar esa decisión.

Otra cosa fundamental cuando dejamos las relaciones es la culpa, como he mencionado antes. Nosotros nos sentimos culpables por tomar la decisión, la otra persona te hace sentir culpable por tomar la decisión, y en general, todos te señalan como culpable por haber dejado la relación.

En esos momentos, yo sólo pienso en mí. Pienso en mi vida, pienso si quiero seguir viviendo una vida en la que no soy yo, en la que no me siento bien, y pienso que sólo tenemos una vida. Cuando muera, no quiero que mi último pensamiento sea que viví la vida que otros quisieron que viviera, sino que he vivido la vida que he querido vivir a pesar de las presiones y los convencionalismos, y si las personas a las que dejo creen que las he dejado por otra persona, es que no han entendido nada durante el tiempo que han compartido conmigo.

En definitiva, creo que deberíamos aprender a decir adiós, a despojarnos de la culpa, a ser nosotros mismos, y a vivir la vida que queremos,. realmente, vivir.

miércoles, 4 de mayo de 2022

LO QUE NO VEMOS

Nuestros sentidos perciben una mínima parte de lo que ocurre a nuestro alrededor. La ciencia nos ha demostrado que hay fuerzas o energías, invisibles para nuestra vista, que influyen en cada momento y en cada situación, haciendo que las cosas funcionen en el mundo como lo conocemos.

En estas fuerzas, incluyo también las conexiones que existen entre los seres vivos y, especialmente, entre los humanos, que como entes similares, se hace más evidente esta conexión.

Cada persona tiene una sensibilidad hacia estas conexiones. Quizás, para algunas, pasan desapercibidas. 


Para otras, pueden sentir y experimentar que existe algo que influye en nuestra vida, pero lo mantienen al margen. 


Para otras, entre las que me incluyo, estas energías son muy evidentes, quizás en momentos en los que por determinadas circunstancias, estemos más abiertos a experimentarlas, e incluso influyen en nuestra toma de decisiones.


Personalmente, en ocasiones, estas energías se manifiestan en los sueños, o en sensaciones fugaces que encuentran cobijo en nuestro subconsciente, y que permiten que sepas cosas, tengas la certeza de algo, aunque no haya ninguna razón lógica que haya podido llevar a tu consciencia a tener esa evidencia.


La cuestión es cómo estas energías ocultas influyen en nuestra toma de decisiones, y la toma de conciencia de que cada una de nuestras decisiones, por mínima que sea, -hacer un viaje, coger un vagón de tren, salir de copas con tus amigas-, puede determinar el camino por el que discurrirá tu vida.


Recuerdo un tipo de libros que leía cuando era pequeña, en los que en determinados momentos de la historia, el lector podía elegir qué decisión tomaban los protagonistas y, en función de eso, el libro tendría finales diferentes.


Me parecía una lección muy interesante para hacer entender a los más pequeños que nuestras decisiones tienen consecuencias. No sólo para nosotros mismos, sino también para nuestro entorno, incluidos nuestros seres queridos.


Esta reflexión me ha recordado una circunstancia que se dio hace mucho tiempo y que puede ser representativa de lo que intento explicar.


Tenía unos 21 años o 22 años, y había comenzado una relación de pareja con una persona con la que había conectado de manera especial, tanto mental como físicamente. La relación estaba todavía formándose, y las inseguridades de esas primeras relaciones hicieron acto de presencia cuando me comunicó que se iba un fin de semana al pueblo de un amigo suyo, junto a más personas, incluida una ex novia con la que había dejado la relación poco antes de conocerme.


Como comentaba, mi inseguridad disparó todas las alarmas ante el temor de que en el viaje se reavivara esa relación que acababa de finalizar, y en aquella época todavía no estaba generalizado el uso del teléfono móvil, por lo que hasta el domingo por la noche, que él volvería a su casa, me encontraba con la incertidumbre de qué estaría ocurriendo.


Sin embargo, cuando él me llamó ese domingo por la tarde, además de contarme su fin de semana con todo detalle, también me dijo que no había podido dejar de pensar en mí en ningún momento, pero que donde había tenido sensaciones muy intensas, en las que incluso creía que yo estaba con él, presente de manera física, era en el coche de su amigo con el que habían hecho el viaje.


Se sentía muy desconcertado por esas sensaciones que nunca había sentido, pero yo sí las había percibido  en otras ocasiones, y supe por dónde podríamos empezar a buscar la explicación. De esta manera, descubrimos que su amigo era hijo de un compañero de trabajo de mi padre, al que casualmente, mi padre había regalado nuestro viejo coche cuando compró uno nuevo.


Totalmente sorprendente que en la Comunidad de Madrid, donde vivimos casi siete millones de personas, coincidiera que mi padre regalase un coche al hijo de un compañero en el que también viajaría una pareja de su hija, pero ocurrió, y esta persona con la que tenía esa conexión tan intensa, percibió la energía que mi cuerpo dejó en ese coche, después de tantos años de uso. Una sensación tan intensa en la que sentía que yo estaba de manera física en ese momento.


Estas energías están presentes en nuestro día a día e influyen de manera imperceptible en nosotros, que nos sentimos seres tan racionales, pero que en el fondo, sólo alcanzamos a conocer una mínima parte de lo que nos rodea, sin ser conscientes que la mayoría de nuestras decisiones están motivadas por aquello que no vemos.

 

jueves, 10 de febrero de 2022

El pequeño amigo

 - Emergencias…¿dígame?

El silencio por respuesta al otro lado de la línea.

- Emergencias… dígame –el recepcionista insistía. Estaba acostumbrado a que, en ocasiones, se hiciese esperar la respuesta.

- Hola… por favor, vengan rápido…se ha caído…

La débil voz sonaba nerviosa y entrecortada. 

- ¿Dónde se encuentra?. ¿La persona que se ha caído está consciente?

- No lo sé… vengan rápido…Calle… Hermosilla 12… Tercero A

- De acuerdo. Una ambulancia sale para allá.

Cuando el equipo de emergencias llegó al piso, nadie les abrió la puerta. Dentro, el muñeco aún sostenía el teléfono entre sus pequeñas manos. Junto a él, yacía el cuerpo inerte del ventrílocuo.


sábado, 5 de febrero de 2022

Se me hace "bola"

Nunca me había gustado comer carne. Recuerdo horas interminables, a partir de los dos o tres años, delante del plato, masticando incansablemente sin ser capaz de tragarme el pedazo de carne. Se me hacía "bola". No me gustaba su textura ni su sabor. Tampoco la del pescado, aunque me resultaba más sencillo masticar y tragar.

Cuando fui consciente, además, de lo que, realmente, estaba comiendo, mi desagrado por ese tipo de alimento fue todavía mayor.

Durante mi niñez, no tuve otra alternativa más que intentar negociar con los adultos no comer carne proveniente de mamíferos. De esta manera, la mayoría de la carne que comía era la de pollo. A medida que fui creciendo, y empezaba a pasar temporadas sin supervisión de mis padres, evitaba comer cualquier carne o pescado.

Sin embargo, la convivencia con mis parejas y la evitación de conflictos, unido a los eventos de socialización, me llevó a buscar un equilibrio entre mis deseos y la fluidez de las relaciones. Por tanto, seguí comiendo carne, -evitando siempre la proveniente de los mamíferos-, y pescado.

Después de tener a mi segunda hija, coincidiendo con un proceso de cambio de mi vida a otros niveles, decidí eliminar la carne por completo de mi dieta. Un año más tarde, eliminé también el pescado, aunque los eventos sociales se hicieron más complicados, donde irremediable y constantemente, mi decisión dietética era cuestionada por el resto de comensales.

Un año más tarde después de haber dejado de comer también pescado, cuando hicimos el primer viaje en velero por las Rías Baixas, ante la imposibilidad de alimentarme de otra cosa, volví a comer pescado. Mi cuerpo reaccionó ante la ingesta, con una pesadez intensa en el estómago, que continúo teniendo, cuando como algo de pescado. Hecho que ocurre sólo cuando como con alguien, ya que cuando como sola, sólo ingiero alimentos de origen vegetal.

La respuesta a la pregunta, tantas veces formulada, de si me encuentro bien sin comer carne, por supuesto que sí. Hace ocho años que no como carne y que he reducido la ingesta de pescado a la mínima expresión, y mi cuerpo está mejor que nunca. Sigo con mi hiperactividad habitual, -tanto física como mental-, mis digestiones son mucho mejores, sin la lentitud y pesadez de cuando comía alimentos de origen animal. Y lo más importante, siento que hago lo que siempre quise hacer, desde pequeña, cuando le suplicaba a mis padres o a mis abuelos, que no me obligasen a comer esos alimentos, sin suerte, debiendo olvidar durante muchos años mi reivindicación.

La respuesta a otra pregunta recurrente sobre qué les doy de comer a mis hijos, es que mis hijos comen de todo. No quiero condicionarles, y por el momento, no me piden que deje de darles de comer carne o pescado. Es cierto que teniendo en cuenta que de lunes a viernes comen en el comedor del colegio, y que el 50% del tiempo están con su padre, que sí come carne, es prácticamente imposible decidir qué dieta deben seguir. Más adelante, al igual que con la religión, mis hijos tendrán criterio para decidir en qué consiste su dieta. Espero que para entonces, lo tengan más fácil que yo socialmente, y no se les cuestione, ni se les etiquete como excéntricos por decidir no comer animales.

domingo, 30 de enero de 2022

Amor líquido vs mariposas en el estómago

Hace unos años, mi actual pareja y yo tuvimos una crisis que provocó que estuviésemos unas semanas sin vernos, y aunque retomamos la relación, volví a plantearme la fragilidad de los vínculos. Como en otras ocasiones que me he cuestionado las reglas establecidas en la sociedad en la que vivimos, contacté con un amigo y ex pareja, brillante sociólogo y una de las personas que vivió mis dudas sobre el tipo de relación que quería tener. 

Él se quedó en la lista que todas y todos tenemos de los "Y si..." Nos conocimos jóvenes. Tuvimos una relación intensamente pasional y dependiente. Para él su primera relación "seria", y para mí una diferente a las ya vividas. Muchas más que él, que sentía inseguridad por si pudiese serle infiel. Yo sentía que no podía darme la relación estable que ya estaba buscando. Nos encontrábamos en momentos vitales diferentes y tuve que tomar la difícil decisión de dejar la relación, que supuso todo un drama para los dos, convirtiéndose en una ruptura interminable porque volvíamos una y otra vez cuando nos encontrábamos por Malasaña, la zona que frecuentábamos ambos. 

Finalmente, una mañana, sentados en un banco de la estación de metro de Aluche, le hice prometer que si volvíamos a encontrarnos por la calle, no podría saludarme. Tendría que comportarse como si no me conociese de nada, para evitar reanudar la relación. Aceptó en ese momento, aunque semanas más tarde, llamó a mi casa, -en aquella época el uso del teléfono móvil no estaba extendido-, pidiendo retomar la relación. Le expliqué que había conocido a otra persona y no volvería con él. 

Años más tarde, algo hizo que me acordase de él y le llamé a casa de sus padres. Ya estaba con la persona que actualmente es su pareja. Me contó la frustración que sufrió intentando encontrar a alguien con quien sentir lo que había sentido conmigo, y que lo había encontrado por fin con la pareja que ya tenía. Me alegré mucho por él, y entendí que mi decisión había sido la correcta, aunque hubiese sido difícil para los dos. 

Desde entonces, seguimos en contacto, y es una de esas personas a las que recurro cuando necesito replantearme qué camino seguir. Cuando le conté la situación con mi actual pareja, me recomendó un libro, Amor líquido, de Zygmunt Bauman, sobre la fragilidad de los vínculos humanos, y cómo deseamos estrechar lazos y, al mismo tiempo, mantenerlos lo suficientemente flojos para poder desatarlos rápidamente y sin esfuerzo si las circunstancias cambian. 

Ante este hecho generalizado, y en el que también he incurrido, tomando siempre la iniciativa en todas las rupturas de pareja, me planteo un nuevo "Y si...", ante la duda de ignorar o no el revoloteo de mariposas en el estómago.

Mamás y Papás: Una realidad que no debemos olvidar...

Una joya en el corazón de Madrid