jueves, 9 de marzo de 2023

El pez dentro del acuario

Hace un par de semanas, ocurrió algo que nunca me había pasado en los trece años que hace que tengo acuarios. Uno de los peces del acuario marino saltó fuera, cayendo al suelo. Era por la mañana, muy temprano. Encendí la luz del salón para preparar la mesa con el desayuno. Había hecho un par de viajes del salón a la cocina, y viceversa, sin percatarme. Cuando lo vi por primera vez, me pareció una hoja de alguno de los potos del salón, pero cuando me fijé, me di cuenta horrorizada de que era uno de los peces, al que llamábamos el unicornio porque tenía algo parecido a un cuerno en la cabeza. Llamé a mi hijo para que me ayudase a meterle de nuevo en el acuario, pero él se quedó paralizado, sin saber qué hacer. Cogí al pez con un papel y me dispuse a introducirle de nuevo en el acuario, pero en el último momento me arrepentí. Pensé que si ya estaba muerto, podría poner en peligro la salud del resto de los habitantes del acuario, dudé y el pez cayó de nuevo al suelo. Sin pensar, fui a por la bolsa de la basura y allí eché al pez. Me sentí muy mal durante todo el día porque no podía dejar de pensar que quizás podría haberle salvado. Quizás estaba todavía vivo cuando decidí no meterle de nuevo en el acuario. Me sentí muy culpable. Sentí que le había fallado. Mis hijos me dijeron que no me preocupase, que seguro que ya estaba muerto cuando le vi, y realmente, tienen razón. Esta anécdota me enseñó algo más de mí, y es que a veces intento salvar cosas imposibles. Meto el pez en el acuario una y otra vez, a pesar de que siga saltando fuera. Si no lo hago, siento que estoy fallando. No sólo al pez, a mí también. Creo que tengo que aprender a dejar que el pez se quede fuera del acuario, y muera. Al fin y al cabo, fue él quien saltó, aunque no supiera qué consecuencias tendría hacerlo.

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