lunes, 15 de septiembre de 2008

Murakami en Atenas




Ayer por la noche llegué de Atenas. Un viaje de una semana en Grecia, donde la temperatura de septiembre sigue siendo como la de agosto en Madrid. El calor unido a mi embarazo de más de cinco meses no me ha permitido "patear" la ciudad como me hubiese gustado, así como investigar la isla de Hydra, que visitamos un día, pero en la que, al menos, pude bañarme en las aguas cristalinas del Mar Egeo, y pasear por sus calles de casas blancas y azules, así como disfrutar de las vistas del horizonte que debieron otear los corsarios y piratas que poblaron esa isla. Era curioso pasear por un lugar tan poblado de gatos y en el que el medio de locomoción más usado es el burro.

En cuanto a la caótica y calurosa Atenas, donde los coches son los reyes y los peatones sufren su monarquía absoluta, ofrece el contraste del día y la noche. Durante el día, los atenienses se refugian en sus numerosos cafés, refrescándose bebiendo frappés o capuccinos freddos (variantes del café con hielo que bebemos en España). Los turistas, por su parte, invaden los barrios más turísticos, Plaka, Monastiraki, o la plaza de Syntagma, donde hacen el famoso cambio de guardia a las horas en punto.

Por la noche, las calles se transforman. La mínima bajada de temperaturas durante la noche (de unos 20-25 grados) y, sobre todo, la ausencia de los sofocantes rayos del sol, te invitan a pasear por las calles de Atenas, cenar en alguna "taverna" al aire libre y, con suerte, escuchar algún concierto de música griega o clásica en el ágora. La Acrópolis, iluminada, aparece majestuosa sobre la ciudad.

La gastronomía griega merece una mención aparte. La ensalada griega, con el queso feta y esas aceitunas negras tan sabrosas, la tzaltziki (salsa de yogurt con pepino, ajo, menta y aceite), la mousaka, el arroz envuelto en hojas de parra, el humus (salsa de garbanzos), el pastichio, las pitas, los tomates rellenos de arroz, o los baklava, los pasteles más hipercalóricos que he comido nunca...

No me he olvidado de mi amigo Murakami. Me llevé conmigo Sputnik, mi amor, sin saber muy bien qué historia iba a encontrarme, y cuál fue mi sorpresa al descubrir que el protagonista de la novela viaja a Grecia y que, una tarde, mientras leía descansando de la agotadora mañana en la que había subido a la Acrópilis, el protagonista también visitaba la Acrópolis. Curioso...

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