viernes, 17 de noviembre de 2023

Lucy


Cuando vi en Facebook aquella bola de pelo blanco que una protectora pedía que alguien adoptará, supe que tendría que ser yo. Para mí era tan claro, que incluso no me importó el desacuerdo de mi pareja en ese momento, el padre de mis hijos. Yo me encargaría de ella, como hacía con el acuario. 

Fue mi hijo Adrià quién le puso el nombre en el veterinario cuando fuimos a recogerla. Lo dijo de manera espontánea cuando le pregunté cómo la llamaríamos. Lucy. 

Recuerdo esa pequeña hurona albina, de apenas un mes, durmiendo sobre mis piernas, al volver a casa en el coche. Compartiríamos juntas más de nueve años de nuestras vidas. Hace unos días tuve que tomar la triste decisión de ayudarla a morir, al verla sufrir y escuchar esos gemidos de dolor casi constantes los últimos días.  "Nueve años y medio para un hurón son muchos años", me dijo la veterinaria al otro lado del teléfono tras decirme que los resultados de los análisis arrojaban que Lucy tenía múltiples patologías de las que no podría recuperarse y la estaban haciendo sufrir.

Entre medias de esos dos días, tenemos miles de anécdotas...cuando en un descuido salió de casa y la encontré en el portal, después de haberla buscado desesperada durante unos minutos; cuando desapareció dentro de una madriguera de conejo para salir interminables minutos después por otro agujero; cuando paseábamos por la calle con ella sentada en mi hombro; cuando intentaba asomar la cabeza por mi bolso al entrar con ella en un hotel a hurtadillas; cuando mordió el tubo del lavavajillas; cuando destrozaba las mangueras de la terraza de casa de Carlos; cuando intentaba beber el agua del acuario; cuando se tiró un bote de barniz encima mientras yo pintaba los muebles, cuando escondía los estropajos debajo de la almohada en mi cama; cuando arrastraba por toda la casa los peluches de los niños, que le triplicaban el tamaño; los recorridos de obstáculos que le preparaba Carlos en su terraza... Y los sobresaltos de los últimos meses, cuando cayó dentro del dispensador de comida y no podía salir, y cuando se quedó atrapada dentro de la bañera, durante no sabemos cuántas horas.

Todos esos recuerdos estallaban en mi mente mientras las lágrimas me nublaban la vista la otra tarde en la clínica. Había pasado allí la noche para que los veterinarios la evaluasen a primera hora de la mañana y estuviera controlada con medicación que pudiera aliviar el dolor. 

Me la dieron dormida, envuelta en una toalla. Fue despertando poco a poco, y se removió, intentando bajar a la mesa de la consulta, y de allí quiso bajar al suelo, y todavía corrió un rato por la consulta, olisqueando el suelo, y abrió una de las puertas con el hocico y salió corriendo por el pasillo...y en ese momento pensé que quizás podría llevármela de nuevo, que podría estar conmigo aún unos días más, pero hubo un momento en el que dejó de correr. Se quedó quieta en el suelo. La cogí en mis brazos. Temblaba. La envolví en la toalla, bostezó, cerró los ojos, de nuevo los quejidos..."Lucy, Lucy..."-la llamé, pero no abrió los ojos.

La sedaron en mis brazos. La besé la cabeza...esa bolita de algodón blanco y suave...la pequeña Lucy. Una mezcla de emociones...y ser consciente de la gran pérdida que tuve hace algo más de un año en mi vida, y que no he sido capaz de asumir, ni de afrontar... Algo totalmente inesperado, igual de rápido, y estando presente mientras ella se iba, en medio de un gran dolor, y la incredulidad de que algo así pudiera estar pasando. Sin poder hacer nada para evitarlo, sólo pudiendo asistir a su marcha. Ella que cuidó tanto de Lucy cuando yo no podía llevármela de viaje. Mamá, ¿por qué?. ¿Por qué tan rápido?. Tantas cosas por vivir todavía...Nunca me arrepentiré lo suficiente de no haber podido compartir más momentos contigo.

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