Trabajamos con el dolor.
Día tras día, vemos
a una persona tras otra, les escuchamos atentamente mientras no dejamos de
pensar en alternativas que puedan aliviar sus vidas.
Trabajamos con su
frustración, sus falsas expectativas, sus sueños rotos, el resultado de sus
errores, sus miedos, su frío, su hambre, su impotencia, su desesperación...
Todo eso nos es
vomitado en cada cita. Cinco, seis, siete...cada día. En sus llamadas
telefónonicas, en sus correos electrónicos. Nos piden ayuda como náufragos que
ya sólo pueden sacar la cabeza del agua, casi ya no se les ve entre las olas,y
nosotras estamos allí pero nuestra barca es demasiado pequeña para todas esas
personas y estamos lejos. No llegaremos a tiempo para salvarles.
Así nos sentimos
cada día. Cuando una mujer nos explica que debe dos meses de alquiler y que no
sabe de dónde sacar el dinero para pagar la habitación en la que vive con sus
dos hijas pequeñas. Cuando un padre nos explica que su sueldo no alcanza para
pagar la hipoteca y dar de comer a sus hijos, y que a su hijo recién nacido, al
que tuvieron que operar del corazón el día siguiente de nacer, no le pueden
pagar la leche especial con la que tienen que alimentarle. Cuando una mujer
mayor, sin hijos, que se desplaza por su casa utilizando una silla de ruedas
vieja, que ya no recuerda si ha comido, ni tiene quien la lleve al médico, y
que sólo recibe llamadas de comerciales, espera desde hace un año a que la
Comunidad de Madrid le asigne plaza en residencia.
Todas y cada una de
estas personas nos acompañan día a día. Cuando les vemos en el despacho, cuando
hacemos una visita a domicilio, cuando volvemos a casa en el metro, en el
coche, en el autobus, mientras les hacemos la cena a nuestros hijos, y cuando
apagamos la luz de la mesilla para intentar dormir. Nos asaltan en nuestros
sueños, y pasamos las horas nocturnas pensando en posibles recursos o
alternativas, que puedan ayudarles, que les ayuden a sobrevivir.
Porque hay muchas
personas que sólo sobreviven. Y están entre nosotras. Más de las que pensamos.
En Móstoles nunca
hemos tenido un presupuesto tan elevado para tramitar ayudas económicas, y las
gestionamos generosamente, 2,000, 3,000, 4000 € para pago de alquileres, de
residencias privadas, de hipotecas, de suministros, de becas de comedor, de
alimentación... y no son suficientes.
La precariedad
laboral se une al elevado precio de la vivienda, y hay familias que aunque
trabajen, no pueden pagar el alquiler, los suministros, la comida... Lo que
antes se resolvía con un pequeño apoyo, es ahora insalvable tras aplicar todos
los recursos a nuestro alcance.
Las personas, las
familias "han quemado" ya sus redes de apoyo, después de que muchos hayan
tenido que vivir hacinados acogidos en casas de familiares o amigos, esperando
el golpe de suerte que nunca llegó.
Vivimos más, y no
con la mejor calidad de vida. Muchas personas están solas. No tienen familiares
o hay conflictos que impiden que alguien pueda ayudarles. Los recursos
públicos, en muchas ocasiones, es lo único que tienen. Y les gestionas ayuda a
domicilio, y teleasistencia, y comida a domicilio, pero no es suficiente porque
a veces el único recurso para una persona que se ha olvidado de vestirse, o ya
no se reconoce en el espejo, o no sabe dónde está, no tiene suficiente con todo
lo que está a nuestro alcance, porque aunque le hagan el aseo al levantarse, se
puede olvidar de ponerse el pañal cuando se vaya la auxiliar, porque aunque le
hayan llevado la comida, se puede olvidar de comérsela, y porque aunque tenga
la teleasistencia, puede dejar el colgante guardado en un cajón.
En algunos casos,
pueden acabar ingresadas en el hospital y, de manera desesperada, nosotras
gestionar una plaza de emergencia social en una residencia, y hasta pedir un
ingreso involuntario al Juzgado por si cuando tenga ya la plaza decide no
ingresar, pero aún así, le darán el alta en el hospital, volverá sola a su
casa, y nosotras seguiremos esperando durante meses una respuesta. Es probable
que esa respuesta llegue tarde.
Y nosotras asistimos
a esas situaciones, las vemos, las escuchamos, las sufrimos con ellos. Cada vez que llamamos a habitaciones o pensiones buscando a la deseperada una
alojamiento para que una familia se cobije del frío, y al otro lado del
teléfono nos dicen "está lleno". Cada vez que sabemos que una persona
mayor está sola en casa y puede que se quede durante días en la cama,
olvidándose de levantarse, olvidando que sigue vivo.
Dedicado a todas mis compañeras de Servicios Sociales de Móstoles.
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