A raíz de las anteriores entradas en el blog, algunas personas me han hecho llegar también sus reflexiones, y he creído muy interesante publicarlas también en el blog, tras tener su consentimiento. Aquí va la primera, que es de una mujer.
Es evidente que los roles son sociales y cada género lleva su carga. Si los gays no son aceptados como hombres y pueden ser encarcelados e incluso sufrir pena de muerte es porque su unión desestructura los pilares de la convivencia familiar y esta es básica para mantener, sin cuestionarlos, los sistemas sociales de poder. Quiero decir que para nadie es sencillo asumir la línea de conducta y pensamiento que nos inculcan desde niños y desarrollar al mismo tiempo una rebelión contra ella. Para las mujeres ha sido más fácil porque su situación de sumisión y opresión era, y es, evidente. ¿Cuál es el enemigo del hombre? ¿Contra quién tiene que enfrentarse? Lo tiene peor porque ha de rebelarse contra lo aprendido desde que el hombre se hizo recolector, contra la historia. Puede hacerle la guerra a la desigualdad social o económica porque en ese reparto, injusto, a él le toca la parte menos beneficiada, pero ¿torpedearse a si mismo?
Y si hablamos de la mujer... tampoco ha luchado por hacer un mundo nuevo. Por supuesto que hay que reclamar y exigir la igualdad, pero no para asumir unas leyes sociales basadas en la economía, sea el régimen que sea, y en la familia. Y sin embargo aceptamos el régimen familiar como un axioma irrefutable, con todos los roles que conlleva. Podemos modificar, en función de la necesidad, hábitos como el de limpiar el baño, cambiar los pañales, planchar una camisa o arreglar un enchufe y que cada cual haga lo que más le guste o lo que menos le importe, pero teniendo claro que el contrato está firmado y que cada uno de los miembros de la familia se pertenecen los unos a los otros. Se aceptan rupturas, pero no romper las reglas. Ninguno de los géneros se atreve a romper esas reglas y convivir respetando la libertad del otro, su desarrollo, su evolución, sus nuevas necesidades o ambiciones. No sabemos hacerlo en nuestra vida familiar y lo criticamos en la vida familiar de los otros. Ni siquiera sabemos escuchar cuando los otros son alguien cercano a nosotros. Ni siquiera podemos reflexionar porque las únicas soluciones que encontramos forman parte de la estructura del sistema que tanto nos ahoga. Pensar en ello significa cumplir sus reglas y así es muy difícil hacer la revolución.
No importa el género que tengamos, lo que nos atrapa no es nuestra pareja, es el engranaje social que nos envuelve y nuestra sumisión a él. (Amén de las condiciones económicas, hijos, etc,... pero cuando solventamos esta situación seguimos comportándonos según las normas aprobadas por todos).
Si cada uno de nosotros sacara a la luz todos los deseos y sentimientos que guardamos bajo llave y los pusiéramos en práctica,... no sé qué pasaría, pero el núcleo familiar de esta sociedad tendría los días contados. (O eso espero).
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