jueves, 13 de marzo de 2014

El reto


 

Desde hace tiempo, vengo observando entre las parejas de amigos y conocidos, con los que comparto características como la edad, -rondando los cuarenta años-, o la situación familiar –parejas heterosexuales con, al menos, un hijo-, e independientemente de si la relación está formalizada legalmente o no, que el modelo de “familia tradicional” que culturalmente está generalizado, es insostenible.

Numerosos autores, como Rafael Manrique (Sexo, erotismo y amor. Complejidad y libertad en la relación amorosa) o Cristopher Ryan y Cacilda Jethá (En el principio era el sexo. Los orígenes de la sexualidad moderna. Cómo nos emparejamos y por qué nos separamos), exponen en sus obras el origen de la relación de la pareja monógama, una relación que arrastramos culturalmente desde hace milenios y que actualmente aún vivimos como la habitual, dejando patente que no es más que un “acuerdo” que tomamos como especie  en un momento determinado de la historia. Resumiendo mucho las teorías que exponen en sus obras, este acuerdo consiste en que el hombre es quien se encarga de buscar el sustento fuera del hogar –la caza, el salario…-, y la mujer se encarga del cuidado de los hijos y hacer las labores cotidianas que mantengan el hogar en condiciones aceptables.

Este “contrato” se ha ido modificando a lo largo de la historia. En la actualidad, en un país como España donde aún continúa fuertemente arraigada la conciencia del nacionalcatolicismo vivida y sufrida durante la dictadura, aún es mayoritaria la idea de que la situación ideal es tender a la familia tradicional compuesta por madre, padre e hijos fruto de esa relación. Sin embargo, la realidad nos está mostrando que aunque mayoritariamente cuestionadas, cada vez es más habitual las formaciones de familias monoparentales, reconstituidas, o formadas por parejas de miembros del mismo sexo.

También comienza a ser habitual que muchas personas decidan vivir solas, evitando formar ningún tipo de vínculo familiar, sin ser estigmatizadas por ello.

¿Qué es lo que está ocurriendo?. Desde mi punto de vista, y teniendo en cuenta las teorías de los autores antes mencionados, el “contrato” establecido tácitamente desde hace milenios, hace aguas porque una de las partes, la mujer, ha decidido romperlo, pese a la fuerte resistencia de la sociedad patriarcal y machista en la que vivimos.

Cuando la mujer se incorpora al mundo laboral, su rol cambia radicalmente, obligando también a que el hombre asuma que es necesario modificar su rol. Es decir, la mujer ya no puede dedicarse 100% al cuidado de los hijos y las labores domésticas porque, sencillamente, no hay tiempo material para todo. Es cierto, y ahí nos encontramos muchas mujeres de mi generación, que han sido muchos siglos de sometimiento y llevamos grabado en el ADN que la responsabilidad familiar y doméstica es nuestra. Por este motivo, aunque la teoría la tengamos clara, muchas mujeres, entre las que me incluyo, soportamos mucha más carga de trabajo que nuestras parejas hombres. Tampoco olvidemos que los hombres llevan grabado en su ADN que su principal objetivo es la búsqueda de sustento fuera del hogar, por este motivo, aunque ellos también “intenten” en algunos casos participar en el cuidado de los hijos y en las tareas domésticas, en muchas ocasiones, esta carga de trabajo no se reparte al 50%.

Estando en este punto, nos sentimos agotadas y desbordadas por la carga de trabajo, sintiéndonos frustradas con nuestra vida y la pareja que elegimos en su día, coincidiendo con la etapa de desenamoramiento que es “normal” fisiológica y químicamente, planteándonos en muchos casos que la relación contractual no nos compensa.

Mientras, nuestras parejas hombres se sienten desconcertados. No entienden nuestra frustración, o rebelión cuando somos capaces de verbalizar lo que nos ocurre. No saben cómo abordar la modificación del contrato, o se resisten a ello.

A esta situación se suma otra circunstancia más práctica y menos ideológica. La organización familiar y doméstica establecida bajo la premisa de la familia tradicional. Nos encontramos con que nos hemos comprado una casa en la que hemos contado con dos sueldos para poder pagar la hipoteca, nos hemos organizado para que uno deje a los niños en el cole y el otro se encargue de recogerlos, hemos repartido las vacaciones para que los niños siempre estén atendidos durante sus descansos escolares… En definitiva, los dos miembros de la pareja somos necesarios para poder mantener el estatus y organización familiar y doméstica. Si a esto sumamos las circunstancias en las que la actual crisis nos está sumiendo, el panorama es desolador.

A todos estos ingredientes debemos sumar la presión social y familiar, que como comentaba antes, aún está muy impregnada de los rancios valores que nos insuflaron durante la dictadura, donde lo habitual era que la mujer fuese sumisa y aguantase todo lo que su marido quisiera hacer con ella. Aún es habitual encontrar a personas de mi edad que valoran como inmorales determinados comportamientos  sexuales o afectivos, principalmente entre las mujeres, sólo porque no son los habituales. Es decir, aún en personas de mi edad, de ambos sexos, hay mucha represión consciente e inconsciente. Cuando son las familias las analizadas, la situación se complica, principalmente porque nuestros progenitores mamaron el nacionalcatolicismo y han vivido parte de su vida bajo su yugo. De este modo, puede ser habitual que sea mal visto por sus padres que una hija decida separarse o divorciarse.

Con este cóctel nos encontramos en la actualidad, que creo que es un momento crucial para que las mujeres tomemos conciencia de nuestras posibilidades, que nos empoderemos, y que iniciemos el cambio a una sociedad completamente distinta en la que la igualdad sea una realidad y no una utopía. En otras palabras, debemos ser capaces de creernos que somos cazadoras-recolectoras al igual que los hombres, que nada nos lo impide, salvo nuestro ADN, la presión social, la organización familiar, y la resistencia del hombre. Todo un reto.

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