sábado, 4 de octubre de 2008

El muñeco más feo


Tenía cinco años. Mi madre me llevó al cine, a ver una película de "Mazinger Z", que en aquella época, era de lo mejor que le podría pasar a cualquier niño o niña de mi edad.

Se trataba de una sesión especial para niños, y una vez terminada la película, invitaban a los niños a subir al escenario, intercambiar unas palabras con un adulto que hacía de presentador, y regalarles un juguete.

Pidieron voluntarios, y yo levanté la mano sin dudarlo. En esa etapa de mi infancia carecía de todo tipo de vergüenza a hablar en público.

Una vez en el escenario, el presentador me preguntó lo típico, cómo me llamaba y la edad. Después, me preguntó qué quería ser de mayor. Contesté inmediatamente que quería ser mamá. La carcajada de los adultos que acompañaban a los niños, no se hizo esperar. Y yo me preguntaba extrañada por qué les haría tanta gracia que yo quisiera ser como mi madre cuando fuese mayor. Un tiempo después, entendí la confusión.

El presentador, todavía riéndose, me señaló todos los juguetes que había detrás de mí, en el escenario. Había coches, aviones, y todo tipo de muñecas. Muñecas tipo princesas, muñecas enfermeras con todos los complementos, barbies, nancys...pero yo me fijé en un muñeco.

Era un muñeco muy simple. Más pequeño que el resto. Carecía de complementos. Vestía un mono rojo, y un gorro del mismo color. Pensé que, sin duda, aquel era el muñeco más simple y más feo de todos los que había, y que se quedaría esperando hasta el final a que alguien se lo llevara, o nadie lo escogería. Me dio pena y lo elegí. Para que no se quedase solo.

Cuando volví junto a mi madre, ella se quedó mirando el muñeco y me preguntó "Hija, ¿no había un muñeco más bonito?". En ese momento, me arrepentí por unos instantes de mis deseos de parecerme a mi madre.

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